Publicado en octubre de 2021
A mediados del siglo XX, Wilma Rudolph sabía cuál era su sueño: ser atleta olímpica. Sin embargo, su carrera no estaba libre de obstáculos. Rudolph era una mujer afrodescendiente nacida en el seno de una familia de bajos recursos en el sudeste de Estados Unidos. Las enfermedades habían acechado su niñez, generándole una discapacidad física que le impidió caminar por muchos años. No obstante, superó las adversidades y ganó su primera medalla de bronce a los 16 años.
Luego de aquel primer éxito, un hecho con frecuencia invisibilizado en su biografía puso en jaque la continuidad de su carrera deportiva: Rudolph, aún adolescente, se convirtió en madre soltera. El cuidado de una niña pequeña no era compatible con las exigencias del entrenamiento, por lo que tomó una difícil decisión: la crianza de su hija Yolanda quedó bajo la responsabilidad de una tía y de la abuela materna durante los primeros años de su vida. Rudolph ganó tres medallas de oro y se convirtió en un ícono del deporte a nivel mundial. ¿Lo habría logrado si hubiera tenido que conciliar sola su carrera de atleta con el cuidado de su hija?
En los últimos sesenta años, muchas cosas han cambiado y las oportunidades para las mujeres aumentaron exponencialmente. Sin embargo, si el camino hacia la autonomía económica fuera una carrera, las madres, en promedio, seguirían llegando últimas a la meta.
La pandemia repercutió sobre la vida de todas las personas a lo largo y ancho del mundo, Argentina incluida. Esos efectos se hicieron más notorios durante el segundo trimestre de 2020, cuando las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) exigieron el confinamiento de la gran mayoría de la población. Luego de tocar fondo, el nivel de actividad y la tasa de empleo comenzaron una transición lenta hacia la recuperación. No obstante, las mujeres madres sufrieron más el impacto y aún continúan rezagadas en el retorno a la normalidad.
La implementación de medidas para mitigar la circulación del COVID-19 buscó evitar el colapso del sistema sanitario, pero, a cambio, desbordó las estrategias de los hogares para articular el trabajo pago con el trabajo no remunerado. Esto sobrecargó especialmente a las mujeres y, entre ellas, a las madres. Ellas sufrieron más el impacto en la participación laboral y su nivel de ingresos, mientras que la mayor demanda de cuidado y trabajo doméstico ante las medidas de confinamiento cayó sobre sus hombros. Los efectos fueron más acuciantes sobre aquellas con hijos/as en la primera infancia, cuando su dependencia es mayor. La coyuntura actual revela así una etapa de recuperación en la que las brechas de género no parecen achicarse.
Las madres en el mercado de trabajo
Previo al inicio de la pandemia en nuestro país, el 68% de las mujeres madres de entre 16 y 59 años participaba del mercado de trabajo. Este porcentaje era menor que la proporción de mujeres activas laboralmente que no tenían hijos/as (73%). Además, la tasa de actividad de las madres declinaba significativamente cuantos más y más pequeños/as fueran los/as niños/as. En el caso de los varones, la tenencia de hijos/as generaba un efecto opuesto: el 97% de los padres participaba del mercado de trabajo, mientras que este porcentaje descendía a 90% para quienes no lo eran.
La crisis sociosanitaria implicó un retroceso en la participación laboral de todas las personas. En el segundo trimestre de 2020, la tasa de actividad de las madres cayó once puntos porcentuales respecto a fines de 2019, solo un punto por encima de la caída para el promedio poblacional. No obstante, dado que ya se partía de un nivel menor de participación laboral, esta caída implicó un retroceso proporcionalmente mayor para las mujeres con hijos/as (Gráfico 1). La participación de las mujeres sin hijos/as en el mercado de trabajo, en cambio, siguió un patrón similar al de los padres.
La reactivación de la economía a partir del tercer trimestre de 2020 se tradujo en una progresiva recuperación en los indicadores agregados de empleo. Sin embargo, este repunte no fue igual para todos/as. Las mujeres madres de niños/as pequeños/as tuvieron una recuperación significativamente más lenta que el resto (Gráfico 1). Así, la maternidad, en especial cuando requiere mayor demanda de cuidados, parece correlacionarse con la severidad de las consecuencias negativas de la pandemia.
Gráfico 1. Variación en la participación laboral de jefes/as de hogar y cónyuges, según sexo y tenencia de hijos/as (%).
Esta caída en la participación laboral incidió sobre los niveles de ingresos de la población. En Argentina, la pobreza afectaba previo a la pandemia al 35,5% de las personas; 34% de las mujeres y 37% de los varones. En el segundo semestre de 2020, este porcentaje se elevó al 42% y disminuyeron levemente las diferencias entre géneros: 41,5% de la población femenina y 42,6% de la masculina estaban bajo la línea de pobreza. Estas cifras revelan una incidencia similar de la pobreza entre varones y mujeres; sin embargo, el escenario cambia al comparar madres y padres. Estos/as no solamente presentan mayores niveles de pobreza que el promedio poblacional, sino que además exhiben significativas diferencias entre géneros: entre jefas/es de hogar o cónyuges con hijos/as, la pobreza alcanza al 55% de las mujeres y al 49% de los varones (Gráfico 2). La situación de vulnerabilidad que atraviesan estos hogares no solo repercute en las madres y los padres, sino que perpetúa la reproducción intergeneracional de las desventajas sociales.
Gráfico 2. Tasa de pobreza según sexo y para madres/padres, en porcentaje. Total de aglomerados urbanos (segundo semestre de 2020).
La distribución desigual del cuidado
Las mayores dificultades de las mujeres madres para generar ingresos y participar del mercado de trabajo se vinculan estrechamente con las dinámicas sociales y familiares de cuidado. El cuidado, entendido como un servicio fundamental para el sostenimiento cotidiano de la vida de las personas, se encuentra históricamente familiarizado y, al interior de los hogares, feminizado. Los esfuerzos destinados a contener el avance de la pandemia trajeron consigo una agudización de este fenómeno, ya que el potencial éxito del ASPO se erigía sobre el repliegue de todas las actividades a la esfera doméstica.
Las mujeres concentraban la mayor carga de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado ya antes del inicio de la crisis sanitaria. Los últimos datos disponibles a nivel nacional de los principales aglomerados urbanos señalaban que, en 2013, el 89% de las mujeres realizaban este tipo de tareas, en comparación con el 58% de los varones (EAHU, 2013). Además, ellas dedicaban el doble de horas diarias que ellos, e incluso el triple si contemplamos a las madres de hijos/as pequeños. Las disparidades se acrecentaban también en los hogares de menor nivel socioeconómico.
Con la implementación de las medidas que restringieron la actividad, la familiarización del trabajo doméstico y de cuidado se profundizó. Datos recabados en el Gran Buenos Aires indican que el 65% de las familias dedicaron más tiempo a estas tareas, y esta proporción aumentaba a más del 72% en los hogares con niños/as (INDEC, 2020). Esto repercutió, a su vez, en la feminización del cuidado al interior de los hogares: en el 70% de las familias fueron las mujeres quienes absorbieron esa carga adicional (Gráfico 3). La brecha de género se replica al observar el involucramiento de niños, niñas y adolescentes en las tareas domésticas: el 48% de las mujeres y el 39% de los varones menores de 18 años contribuyeron a realizar este tipo de actividades durante los primeros meses del ASPO (UNICEF 2020).
Gráfico 3. Distribución del trabajo doméstico y de cuidado en hogares con dos o más miembros que incrementaron su dedicación a estas tareas (%).
En abril de 2020, el 63% de las mujeres madres declaraban dedicar más tiempo a las tareas del hogar y el 51% se sentían más sobrecargadas; el cuidado de niños/as surgía como uno de los principales motivos de sobrecarga (28%) (UNICEF, 2020). Ellas no solo fueron las principales responsables de las tareas que hacen al sostenimiento de la vida cotidiana, sino que también nueve de cada diez madres fueron las principales acompañantes educativas de sus hijos/as durante el cierre de escuelas (Ministerio de Educación y UNICEF, 2020). Frente a estas mayores demandas de tiempo para el trabajo no remunerado, en julio de 2020 –cuando el ASPO aún regía en gran parte del país– el 22% de las madres que trabajaban declaraban no poder conciliar o conciliar solo parcialmente sus responsabilidades laborales y familiares (UNICEF 2020).
Durante 2021, con algunas marchas y contramarchas, el proceso de retorno a la presencialidad de las actividades laborales y educativas fue creando nuevas dinámicas de cuidado. La reapertura de escuelas y espacios de crianza, enseñanza y cuidado, junto con la posibilidad de cuidadoras y trabajadoras domésticas de volver a sus puestos de trabajo, permitió a las familias reducir la carga de cuidado no remunerado. Sin embargo, el panorama no fue tanto más auspicioso para las madres: en mayo de 2021, aún el 47% de las madres declaraba dedicar más tiempo al hogar y la familia en comparación a la vieja normalidad y su sensación de sobrecarga no había variado (UNICEF, 2021). La proporción de madres que no lograban balancear trabajo y familia ascendía a tres de cada diez. En esta clave, casi un cuarto de las encuestadas declaraba encontrar desafíos para compatibilizar los horarios de la escuela con el trabajo remunerado y el no remunerado. Estas cifras desnudan los desafíos de articular actividades diversas en un escenario de semi-presencialidad, en comparación a las modalidades completamente remotas.
Acciones para lograr una recuperación que no deje a las madres atrás
Ante este escenario, se vuelve ineludible apuntar a construir sociedades que distribuyan el cuidado de manera más justa para evitar que las madres sigan rezagadas en términos de autonomía económica en la nueva normalidad. El cuidado, como actividad fundamental para sostener el entramado productivo y reproductivo de nuestra sociedad, debe ser un eje prioritario en las estrategias de recuperación.
Para este fin, es importante continuar avanzando hacia la creación de un sistema integral y federal de cuidados que reconozca el valor del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, reduzca su carga y la redistribuya, tanto entre los géneros como entre las familias, el Estado, la comunidad y el mercado. Además, este esquema debe promover condiciones de trabajo decente para las/os trabajadoras/es remuneradas/os del cuidado a través de su representación y una recompensa adecuada para el desarrollo de sus tareas.
Este empeño implica la construcción de un sistema basado en tres pilares. Primero, brindar tiempo para cuidar a las familias se traduce en la implementación de regímenes de licencias y políticas de conciliación trabajo-familia que promuevan un rol activo de los padres en el cuidado, la enseñanza y la crianza de sus hijos/as. Segundo, las familias necesitan contar con recursos monetarios para cuidar. Las transferencias cumplieron un rol vital durante el ASPO para evitar una caída aún mayor de ingresos, lo que resalta la necesidad de fortalecer los ingresos destinados a la niñez. Para este fin, es fundamental estimar y visibilizar los costos que enfrentan las familias para producir cuidados. Tercero, la disponibilidad de servicios e infraestructura a través de espacios de crianza, enseñanza y cuidado de calidad para la primera infancia es clave para promover una organización social más justa del trabajo reproductivo.
Estos pilares ofrecen un norte al cual apuntar a través de procesos participativos que aterricen los lineamientos en soluciones concretas y en función de las posibilidades que permitan las restricciones presupuestarias en el contexto actual. No obstante, cabe destacar que el cuidado es un sector que guarda un fuerte potencial como dinamizador de la economía, al poder catalizar impactos positivos en múltiples dimensiones.
Wilma Rudolph, en un momento clave de su carrera y de su maternidad, tuvo que elegir entre el cuidado y su vocación laboral. Más de medio siglo más tarde, las políticas públicas pueden derribar esa dicotomía y contribuir a que ambas actividades sean compatibles para las mujeres si así lo desean. Las consecuencias de la pandemia ponen en relieve la urgencia de estas acciones. Promover una sociedad cuidadora es un paso clave para avanzar hacia la recuperación desde un nuevo paradigma que revalorice las actividades para el sostenimiento de la vida, promueva la igualdad de género y no deje a las madres atrás.