Tedesco siempre creyó en la educación como motor de una sociedad más justa

Se fue un gran maestro. Una figura inspiradora para los que trabajamos en el campo de la educación. A Juan Carlos Tedesco lo hemos leído y escuchado todos: alumnos, docentes, directivos, supervisores, académicos y funcionarios. Su primer libro, Educación y Sociedad en la Argentina (1880-1945), es un clásico de la sociología de la educación. Sus reflexiones sobre la función de la escuela a fines del SXIX siguen inspirando los debates actuales sobre el sentido de la educación en nuestra sociedad.

Partió su persona pero quedan sus enseñanzas. Su forma de pensar y trabajar perdurarán en nosotros como un sólido e imborrable legado. A lo largo de su vida construyó una aproximación muy propia a la política educativa. Abordó el estudio de la educación de manera profunda y rigurosa, y alimentó esa mirada con acciones prácticas para transformarla, sin perder nunca de vista lo más importante: alcanzar una sociedad más justa.

Lo primero que me gustaría destacar era su obsesión por ampliar el horizonte temporal de los problemas educativos. No se quedaba jamás en la coyuntura. Combinaba su agudeza conceptual con herramientas provenientes de la historia, la sociología y la pedagogía para correrse de la disputa de turno y mirar el largo plazo. Lograba así que las discusiones políticas -pasajeras y urgentes- se volvieran importantes. Lo hacia a través de un pensamiento que articulaba tres tiempos: el pasado, el presente y el futuro. Desde diferentes roles e instituciones, dedicó miles de horas de su vida a idear y programar las acciones de política educativa necesarias para moldear un futuro mejor, pero partiendo de los desafíos del presente y considerando las oportunidades y limitaciones del pasado.

La segunda se relaciona con su afán por argumentar científicamente sus ideas, pero sin caer en la ingenuidad de que la investigación educativa es neutra y objetiva. Muy a menudo explicitaba en sus clases la diferencia entre los razonamientos que se desprendían del estudio riguroso y científico de lo social, y aquellos vinculados con sus valores y creencias. Esto, que en algunos campos del conocimiento es moneda corriente, en el caso de la educación argentina (muchas veces sobre-ideologizada) era excepcional. Se interesó y llevó adelante investigaciones en múltiples frentes: las relaciones entre la educación y la sociedad en distintos momentos históricos; educación y trabajo, reformas educativas, enseñanza y aprendizaje; estudios sobre nivel inicial, primario, medio y superior; formación docente; nuevas tecnologías, entre muchos otros temas. Compartió generosamente todas sus ideas a través de cientos de libros, artículos de revistas, columnas periodísticas, presentaciones y conversaciones.

En cuanto a sus creencias, Juan Carlos estaba convencido del valor de la educación para alcanzar una sociedad más justa. Creía, además, que la política educativa era el instrumento central para igualar las oportunidades de las personas. Entendía que el rol del Estado nacional era clave para articular y motorizar las acciones necesarias para disminuir las desigualdades en la Argentina. Y, aunque hubiera podido, no se quedó en el cómodo terreno de las ideas y los consejos. Tuvo el coraje de llevar adelante una carrera que combinó la investigación (y las sugerencias que de allí se desprendían) con el ejercicio de la política en pos, siempre, de la justicia social. Esto lo hizo desde la UNESCO -su espacio de trabajo durante más de veinte años- y como ministro y secretario de Educación entre 2006 y 2009. También en su breve paso por la Unidad de Planeamiento Estratégico y Evaluación de la Educación en el 2010.

El tercer aspecto que deseo evocar era su capacidad de dialogar con actores diversos,  respetando, valorando e incluyendo la opinión de los demás. Administraba los intereses de diferentes actores, sin perder de vista la necesidad de proteger a aquellos que menos tienen y no pueden defenderse. Lo hacia, además, de una manera diplomática, firme pero encantadora, ensayada -tal vez- en su paso por diversos organismos de cooperación internacional. Era respetado y querido por los personajes más diversos. Estas cualidades personales, pero fuertemente articuladas con su profesión, le permitieron liderar el armado de muchos acuerdos clave de política educativa. El ejemplo más visible fue el rol que asumió en el armado y la discusión en torno a nuestra actual Ley de Educación Nacional.

Los más cercanos sabemos que estas tres cualidades se combinaban, además, con un trato cotidiano cariñoso y de mucho reconocimiento al otro. Percibía a los demás de manera horizontal, como pares. A tal punto que a los que trabábamos con el nos presentaba como “colegas”, incluso cuando teníamos posiciones y cumplíamos tareas significativamente menos relevantes que la suya. Nutrió a sus equipos de una mirada específica para tratar los temas educativas, pero sobre todo de una forma de trabajo colaborativa, generosa y que trascendía siempre sus intereses personales. Todo esto hacia que, de a momentos, uno naturalizada el privilegio que significaba trabajar a su lado y poder aprender de él.

Vamos a extrañar su mirada comprometida, sensata y apasionada de las cuestiones educativas, pero más aún a ese amigo experimentado que acompañaba y orientaba generosamente a las generaciones que lo seguimos. Quedan la gratitud y la tristeza de verlo partir.

Juan Carlos Tedesco estaba convencido del valor de la educación para alcanzar una sociedad más justa.

Tedesco tuvo el coraje de llevar adelante una carrera que combinó la investigación con el ejercicio de la política.

Autor


Alejandra Cardini

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