Publicado en septiembre de 2021
Hoy se celebra el Día del Estudiante en conmemoración a la llegada de los restos de Domingo Faustino Sarmiento a Buenos Aires en 1888, procedentes de Asunción. La fecha coincide con el inicio de la primavera y alumnos y alumnas del nivel secundario tienen asueto en la mayoría de las provincias. Sin embargo, ser estudiante este 21 de septiembre no es una experiencia común —igual y compartida— entre todas y todos los jóvenes de la Argentina. Las desigualdades estructurales que atraviesan a la sociedad y el impacto de la pandemia definen oportunidades y recorridos disímiles. Ser adolescente hoy en nuestro país no implica necesariamente ser estudiante. Y aún para quienes alcanzan el último año del secundario, la trayectoria y los aprendizajes obtenidos son muy distintos.
Durante las últimas dos décadas se vieron importantes avances en el acceso a la educación secundaria en nuestro país. La declaración de su obligatoriedad en 2006 motorizó compromisos y acciones para garantizar nuevas oportunidades de aprendizaje para las y los jóvenes. Más allá de estos avances, las desigualdades estructurales a nivel socioeconómico y territorial —y su profundización a partir de la crisis por COVID-19— plantean un escenario en el que ser estudiante en la Argentina refleja experiencias muy distintas. El contexto actual interroga la capacidad de nuestro sistema educativo, de las políticas públicas y de los sectores dirigentes para ofrecer más oportunidades de desarrollo individual y colectivo.
Desde antes de la irrupción de la pandemia, ser estudiante no era posible para todas y todos. En 2019 se estimaba que, de cada 10 jóvenes que ingresaban en primer año de la secundaria (modalidad común), solo 5 llegaban a completarla. De esos 5 estudiantes, solo tres lo hacía en el tiempo estipulado, es decir a los 17 o 18 años. El resto repetía una, dos y hasta tres veces. Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), en 2019, 7 de cada 10 jóvenes de entre 20 y 22 años en los grandes centros urbanos del país contaba con el secundario completo. Este promedio esconde una importante desigualdad, ya que entre los sectores altos los egresos eran 9 de cada 10, y en los sectores vulnerables solo 4.
Ya entonces, ser adolescente no equivalía a ser estudiante para una proporción significativa de jóvenes, una tendencia que se repite a nivel regional. En 2020, un estudio de la UNESCO observa que solo el 63% de los y las jóvenes completaban la escuela secundaria en América Latina, y las probabilidades de hacerlo eran hasta cinco veces más altas para el quintil más rico de la población, en contraste con el quintil más pobre.
En este escenario, ser o no ser estudiante es la primera gran distinción. Sin embargo, aún para quienes llegan al último año del nivel secundario, el recorrido y los aprendizajes obtenidos pueden ser muy distintos. Estas diferencias están marcadas especialmente por el nivel socioeconómico (NSE) de las familias y por el origen territorial de cada joven. Los resultados de las pruebas Aprender 2019 muestran que, en promedio, el 71% de estudiantes se encuentra por debajo del nivel satisfactorio en matemática, pero esta cifra aumenta a 90% entre jóvenes del NSE más bajo, mientras que desciende al 49% entre las y los de nivel socioeconómico más alto.
Las desigualdades educativas también se reflejan en el territorio. Las mismas pruebas advierten que la proporción de estudiantes con rendimiento satisfactorio en matemática en una determinada provincia puede llegar a quintuplicar la de otra. La calidad de los aprendizajes de quienes tienen la oportunidad de ser estudiantes de nivel secundario está atravesada por desigualdades de origen.
Con la pandemia, estos desafíos se multiplicaron. La restricción de la presencialidad profundizó las dificultades para garantizar el derecho de todas y todos los jóvenes a estudiar, a ser estudiantes. Durante el último año y medio, la posibilidad de aprender estuvo interpelada por la necesidad de generar ingresos en los grupos familiares, por el cuidado de adultos mayores y/o hermanos/as más chicos/as, por el acceso a dispositivos y conectividad a Internet, y por múltiples factores psicoemocionales. Hoy casi 6 de cada 10 niños y niñas de menos de 14 años viven bajo la línea de pobreza. Estudios de UNICEF señalan que un 43% de adolescentes de 13 a 17 años cuida a niños/as o a personas mayores con los que conviven, y un 13% busca trabajo. En otro informe para la región, el 27% de adolescentes y jóvenes (13 a 29 años) dice sentir ansiedad y 15% manifiesta depresión, mientras que para el 30%, la principal razón influyente en sus emociones hoy es la situación económica. Este escenario aumenta el riesgo de abandono escolar.
Este escenario pone en jaque el vínculo de las y los jóvenes con el sistema educativo, y significa un aumento en el riesgo de que abandonen la escolaridad. Si bien no existen datos para estimar con precisión el número de jóvenes en esta situación, un relevamiento de UNICEF entre abril y mayo de este año muestra que el 6% de los hogares del país encuestados afirma que algún niño, niña o adolescente que vive en el hogar abandonó la escuela durante 2020, y el 19% de estos casos afirma no haber retornado en 2021. La evidente incidencia de los contextos socioeconómicos en las oportunidades educativas y el deterioro de las condiciones materiales y sociales de vida a partir de la pandemia dan la pauta del enorme desafío para garantizar que ser estudiante en la Argentina sea un derecho para todas y todos los jóvenes por igual.
Es necesario establecer compromisos y acciones dirigidas a que todas y todos los adolescentes de la Argentina puedan ser estudiantes cada 21 de septiembre. La implementación de políticas educativas dirigidas a las nuevas generaciones implica la construcción de una perspectiva de largo plazo capaz de abrir nuevos caminos para nuestro país. El medio siglo de democracia se encuentra a unos pocos calendarios y una Argentina en la que todas y todos sus jóvenes sean estudiantes cada año representa una parte irrenunciable para delinear un modelo de país más justo, productivo y sustentable, capaz de responder a los grandes desafíos que deparen las próximas décadas.