Una revolución silenciosa se está gestando en los hogares, en los autos, en las valijas, en las oficinas, en las comunidades. Imagine que mucho de todo lo que usted tiene puede compartirse. Y, a la inversa: usted puede usar casi todo de lo que tienen otros. Con reglas más o menos claras, con un mecanismo para verificar cuán confiable es el otro, con pago de dinero (o no) de por medio, con cientos de ciudadanos como usted que han hecho antes lo mismo.
“Quizá debiéramos ser más literales en la traducción de sharing economy y hablar de una economía compartida o digital, que implica una nueva organización de la forma en que transamos bienes y servicios, donde las plataformas digitales confluyen para que los proveedores encuentren a sus clientes de una manera más llana”, dice Gabriel Lanfranconi, director del programa de Ciudades de Cippec, una ONG que estudia las políticas públicas. El consumo se horizontaliza, se pacta de persona a persona, se eliminan los intermediarios. Con todo lo que eso implica.
Es que ese modelo de “persona a persona” desafía a los que desde hace décadas trabajan en la intermediación que ahora se reemplaza: taxis, hostels, inmobiliarias, comercios, empresas de logística, de mensajería, bancos y agencias de viaje, entre tantos otros.”Todo lo que sea intermediación son costos y este nuevo paradigma tiende a abaratar los productos. La transformación se viene, es inminente y no hay forma de pararla”, agrega Lanfranconi. Insiste en no hay manera de oponerse al avance tecnológico y que el Estado tiene que asumir un rol activo como regulador.
Para que esto sea un éxito, tiene que ser inclusivo; si no logra sortear eso, y lo que se busca es lograr eficiencia y economía de escala, estaremos ante un problema porque se agranda la brecha”, advierte Lanfranconi.