En una economía en recesión y con una fuerte escasez de recursos fiscales, los economistas Martín Rapetti y Ramiro Albrieu, director e investigador respectivamente de Desarrollo Económico del Cippec (el think tank que se dedica a las políticas públicas) levantaron la mirada para trazar lo que nos espera y qué se puede hacer por el mercado de trabajo argentino en medio de la llamada Cuarta Revolución Industrial que ya está en marcha. “La carrera ya empezó y nosotros recién nos estamos poniendo las medias y estamos lejos de entender de qué se trata esta carrera”, advierte Albrieu al Económico.
“Se pueden encarar transformaciones sin grandes dosis de gasto público”, amplía Rapetti. Para ambos es clave “la formación de habilidades en un país con elevado nivel de gasto en educación y baja eficiencia. No implica gastar más, hay que poner foco en un plan de desarrollo industrial en el que participen todos”. En ese contexto, mencionan la necesidad de cambiar las reglas laborales pensadas para otro siglo en el que una persona desarrollaba su carrera laboral en una única empresa. “Ni flexibilización total ni regulación absoluta, hay que pensar en que los derechos laborales sean portables en la persona del trabajador, en vez de estar en cabeza de una empresa”, señala Rapetti al remarcar que el mundo está viviendo una transformación con pocos antecedentes en la historia de la mano de la inteligencia artificial, la internet de las cosas, el análisis de Big Data, la impresión 3D y los sensores inteligentes. “Está cambiando la forma en que producimos, consumimos, comercializamos y la forma en que trabajamos”.
Así las cosas, indagaron entre empresarios, sindicatos y miembros de la sociedad civil y con expertos en historia, economía, sociología, educación y ciencias políticas, los futuros alternativos para el mundo del trabajo en Argentina y el tipo de acciones que habría que tomar ante el temor a la falta de trabajo en el futuro. La conclusión es el documento ¿Robots en las pampas?, futuros alternativos para el mercado de trabajo argentino en la Cuarta Revolución Industrial.
Allí remarcan que “la evidencia histórica sugiere que en el largo plazo el efecto positivo de la tecnología prima por sobre el negativo de manera que tanto el empleo como los salarios reales aumentarían gracias al cambio tecnológico. Pero eso no parece ajustarse al menos en la Argentina. Y deslizan que aquí hubo “incapacidad de buena parte de las empresas y de los trabajadores para absorber completamente las nuevas tecnologías y traducirlas en ganancias de productividad. Sólo un puñado de ganadores locales logró seguir los desarrollos globales”. ¿Será distinto esta vez?, se preguntan.
El documento es un llamado a aprovechar la ventana de oportunidad que ofrece la Cuarta Revolución Industrial y romper el statu quo. Proponen impulsar un plan productivo que permita adoptar de forma más rápida y generalizada las nuevas tecnologías; introducir políticas de formación para adaptar las habilidades y conocimientos de los trabajadores al cambio tecnológico y revisar los esquemas de protección y las instituciones que median en las relaciones laborales, como las prestaciones de seguridad social, la administración de los riesgos de trabajo y la duración y estabilidad de los contratos.
Al caracterizar a la economía argentina como dual, los autores recurren a la metáfora del economista brasileño Edmar Bacha (1974), que habló de Belindia, un país con una pequeña fracción de su población trabajando con estándares e ingresos similares a los de Bélgica y la mayoritaria con productividad e ingresos similares a los de la India. “El desafío es entender cuáles son los caminos para que Belindia se convierta en Bélgica. Eso no puede darse sin una transformación de la estructura productiva, en la que las actividades más dinámicas crezcan a expensas de las de menor productividad”.
Los cambios tecnológicos se dan y no los para nadie, afirman los autores al recordar lo que trajo la máquina de vapor a fines del siglo XVIII, la aparición de la electricidad a fines del siglo XIX y la revolución de las tecnologías de la información. “Esta revolución recién comienza y muchas de las tecnologías eran poco conocidas hace unos años y son ampliamente utilizadas. Poseen efecto desborde hacia el resto de la economía”, dicen.
“Los trabajos del futuro se enmarcarán en estructuras más flexibles y habrá más empleo independiente con relaciones esporádicas entre empleado y empleador. Por ello, las instituciones laborales creadas para mediar en las relaciones laborales del siglo XX (seguro de desempleo, salario mínimo, mecanismo de negociación colectiva, protección social asociada al puesto de trabajo) seguramente sufrirán mutaciones. Para esto, es necesario rediseñar la currícula de la educación básica, reformar los sistemas de capacitación profesional y establecer sistemas para el aprendizaje continuo a lo largo de la vida. Además, se deben establecer políticas que aborden el problema de la ampliación de la desigualdad de ingresos y otras inequidades inducidas por la tecnología y la reducción en la jornada laboral”, concluyen.
Fuente: Clarín