Clarín, 8 de diciembre de 2021
La pregunta acerca de por qué no logramos una estrategia sostenida para el desarrollo en Argentina estructuró muchas reflexiones en nuestra historia reciente. Siendo muy injusta con la complejidad, diversidad y riqueza de esos debates, voy a sintetizarlos en tres grandes respuestas complementarias entre sí.
La primera es que nuestro país no puede resolver sus problemas por la anomia, nuestra incapacidad colectiva de generar condiciones necesarias para que las normas se implementen, sean factibles y se cumplan. En segundo lugar, encontramos explicaciones ligadas a la baja cooperación: priman los intereses sectoriales por sobre las miradas de conjunto.
Por último, está la volatilidad que tienen nuestras políticas. Cambiamos de rumbo muy frecuentemente y no podemos dar garantías para llegar a acuerdos perdurables en los temas centrales para el desarrollo.
La magnitud y profundidad de la crisis sanitaria global y nacional que atravesamos fueron un factor esclarecedor ante estas tres explicaciones: nos dimos cuenta de que estamos en el mismo barco. En los primeros meses de la pandemia vimos cómo se acataron las medidas de aislamiento social, en contraposición con la idea de anomia.
También, cómo la grieta parecía desaparecer y cómo los intereses sectoriales o partidarios se desvanecían frente a lo considerado bueno para el conjunto, a partir de instancias de coordinación entre sectores con distintas visiones. Lamentablemente, esa imagen duró apenas unos meses y luego volvimos a nuestra programación habitual tanto acá como en el mundo.
En el pasado fuimos testigos de múltiples intentos por resolver los problemas estructurales que tiene la Argentina. Ninguno logró, al menos completamente, su cometido. Esto probablemente se debe a que la resolución de estos problemas implica pérdidas concretas para algunos sectores.
Dicho de otro modo, es imposible resolver estos problemas con estrategias en las que todas las partes involucradas salgan ganando, al menos en el corto plazo. Para que estos sectores no se conviertan en actores de veto hay dos opciones. Una es que existan las garantías que, en el mediano y largo plazo, sean sectores que también serán beneficiados. Dada nuestra imposibilidad, casi idiosincrática, de generar acuerdos perdurables en el tiempo, es una tarea difícil. La otra es generar estrategias de compensación que permitan que estos sectores puedan ser parte de un acuerdo con perspectivas de largo plazo.
Por lo tanto, hace falta más que un acuerdo antigrieta, al menos en dos aspectos. Por un lado, porque es necesario involucrar en estas discusiones a todo el espectro político-partidario pero también los actores del sector privado, los sindicatos, los medios, los movimientos sociales, la academia y la sociedad civil deberían tener su lugar en la conversación.
Por otro lado, porque la salida de este ciclo recurrente de crisis no se construye únicamente con ganadores y ganadoras. Necesitamos un diálogo honesto y concreto sobre qué compensaciones son posibles para que quienes salgan perdiendo (en el corto plazo) no se levanten de la mesa.
Aún quedan muchas preguntas por responder. ¿Cómo se puede garantizar la participación de todos los sectores para que sea un diálogo plural? ¿Cuáles serán las temporalidades de las compensaciones en este proceso? Para intentar esbozar algunas respuestas, lanzamos Democracia 40: un proceso participativo, multiactoral, federal e intergeneracional, de co-construcción de prioridades para el desarrollo argentino de los próximos 40 años de democracia.
A partir de esta iniciativa, desde CIPPEC buscamos generar un espacio que permita la búsqueda de recomendaciones concretas sobre cuáles son los primeros pasos para vislumbrar un país mejor. No dejemos pasar esta oportunidad.