¿Qué son los estereotipos de género?
Todos los días nos encontramos con representaciones de género ancladas en preconceptos y prejuicios. Estas representaciones operan en el plano interno de las personas pero también se configuran como condicionantes externos del accionar individual, asignando expectativas, mandatos y roles sociales. El proceso, además, ocurre en un contexto de subordinación de las representaciones asociadas con lo “femenino” a aquellas vinculadas con lo “masculino”, y de primacía de lo masculino, por sobre todos los otros géneros, como categoría universal desde la cual se analiza y decide bajo una supuesta neutralidad (Molyneux, 2007).
Si bien los estereotipos de género perjudican particularmente a las mujeres, también impactan negativamente sobre los varones, al reforzar una idea hegemónica de la masculinidad que los aleja de la posibilidad de ejercer determinados derechos y los asocia con roles y mandatos que, por ejemplo, pueden contribuir a una mayor exposición a conductas de riesgo especialmente en la adolescencia y juventud (Heilman, Barker, 2018).
La socialización de género y la internalización de los estereotipos ocurren con más intensidad en las etapas tempranas de la vida. Se trata del proceso por el cual se adoptan y luego representan las normas asignadas socialmente a cada género, y tiene lugar a partir de la interacción con agentes clave como la familia y el grupo de pares (UNICEF, 2017). Así, las visiones y conductas estereotipadas en torno al “ser hombre” y “ser mujer” son resultado de procesos de socialización y aprendizaje que encuentran un punto de inflexión particular en la niñez y la adolescencia.
¿Por qué deberían preocuparnos?
Los estereotipos perpetúan las inequidades entre los géneros en distintos ámbitos y de diferentes maneras. Afectan las decisiones que se toman y el marco de oportunidades en el que se decide. Impactan, por ejemplo, en las trayectorias educativas: las mujeres están sobrerrepresentadas en las carreras que se vinculan con “tareas feminizadas” (como la educación y la gestión de recursos humanos, por ejemplo), mientras que los varones tienden a estudiar carreras vinculadas con “roles masculinizados” (como la ingeniería). Esta segregación horizontal también se replica en las trayectorias laborales.
Los estereotipos y sesgos fundados en ellos evitan que personas calificadas y capaces lleguen a determinados empleos o puestos de poder, lo que es injusto y, en ocasiones, ocurre de forma no intencional. Esto termina afectando los derechos, la autonomía y el empoderamiento de los géneros no masculinos. Pero también afecta las posibilidades de crecimiento de las organizaciones, empresas y de la economía en su conjunto (al dejar talento relevante inutilizado e impactar negativamente sobre la productividad) (Brosio, Díaz Langou y Rapetti, 2018).
Los estereotipos en Argentina
En Argentina no existen datos suficientes acerca de representaciones culturales fundadas en el sexo. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores (World Value Survey), el 20% de los argentinos considera que el hecho de que una mujer gane más que su pareja es problemático. La cifra aumenta a 23% entre las mujeres y se reduce a 16,5% entre los varones. A su vez, el 27% piensa que los varones son mejores líderes políticos (20% entre las mujeres y 35% entre los varones) y el 22% considera que ellos son mejores en los negocios (17% entre ellas y 30% entre ellos). La encuesta también relevó que hay una brecha en la percepción de la autonomía propia: el 77% de los varones se considera autónomo frente al 70% de las mujeres.
Los estereotipos inciden sobre el acceso, la trayectoria y el liderazgo de las mujeres en el mundo laboral.
La incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo remunerado en los últimos 50 años no fue acompañada por una transformación significativa en la participación de los varones en las tareas domésticas y de cuidado, que siguen siendo percibidas en buena medida como responsabilidad de ellas (Cerrutti, 2003). Esto dificulta la inserción laboral plena y de calidad de las mujeres, especialmente de aquellas en edad reproductiva y con menor nivel educativo y socioeconómico. Así, la tasa de actividad de las mujeres en los primeros quintiles de ingreso es del 50%, frente al 80% entre los varones.
Pero incluso cuando logran participar del mercado de trabajo, las mujeres se enfrentan a otros estereotipos, en particular, a aquellos relativos a cuáles sectores y roles laborales son para ellas. Un 58% de la fuerza laboral femenina está concentrada en los sectores de comercio, salud, educación y servicio doméstico, típicamente en puestos con menor remuneración promedio y protección social.
Los estereotipos también restringen el acceso a puestos de decisión. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Argentina condujo una serie de entrevistas a mujeres en posiciones gerenciales del sector privado y sus resultados dan cuenta de una estructura ideada para varones. En este sentido, por ejemplo, las comunicaciones oficiales asumen que la persona a cargo de la gerencia es un varón que tiene una esposa que lo acompaña, y las actividades informales de relacionamiento se centran en actividades masculinizadas en horarios difíciles para personas (mujeres) con responsabilidades de cuidado (PNUD, 2014). Otro punto resaltado se vincula con la percepción sobre las responsabilidades de conciliación entre vida familiar y vida laboral. Las mujeres entrevistadas afirmaron que, mientras los varones no lo consideran en absoluto a la hora de tomar una decisión sobre un ascenso, un traslado o una posición en un proyecto insignia, las mujeres lo consideran un elemento fundamental a la hora de tomar una decisión en sus trayectorias laborales. Este conjunto de expectativas y mandatos diferenciales se plasma en una menor llegada de mujeres a puestos de jefatura y dirección tanto en el sector público como privado.
¿Qué hace el Estado?
Antes este panorama, a nivel nacional existe un entramado de intervenciones puntuales que buscan la deconstrucción de normas y representaciones de género estereotipadas y nocivas.
El Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres posee distintas líneas de acción en materia de sensibilización. A su vez, algunos programas públicos en el Ministerio de Trabajo y en el de Desarrollo Social cuentan con módulos específicos sobre esta temática que son impartidos a sus titulares. En el Ministerio de Educación y Deportes, por su parte, una serie de políticas educativas (como los Centros de Actividades Juveniles) cuentan con otras líneas de sensibilización. Además, el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI) también incluye estos contenidos en sus capacitaciones a docentes y como uno de los pilares de su concepción de la ESI.
En Argentina existen, al mismo tiempo, cinco organismos a nivel nacional con intervenciones y/o mandatos normativos sobre la promoción de una comunicación con perspectiva de género y sanción (vinculante o no) de contenidos sexistas: 1) el Instituto Nacional de las Mujeres (INAM); 2) el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM); 3) el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI); 4) la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual y 5) la Oficina de Monitoreo de Publicación de Avisos de Oferta de Comercio Sexual.
A pesar de la existencia de esta multiplicidad de intervenciones e instituciones públicas abocadas al tema, aún no existe un abordaje integral del problema. Si bien el Plan de Acción constituyó un avance importante en la materia, todavía la pluralidad de intervenciones existentes carece de un marco general común. A menudo son puntuales y no se sostienen en el tiempo, lo que es problemático dado que módulos singulares de capacitación y sensibilización raramente pueden cambiar comportamientos tan imbricados. Su cobertura es acotada y se superpone y no existen instancias de coordinación en términos de contenidos y modalidades de intervención, por lo que cada área desarrolla su material conceptual y su estrategia de abordaje en compartimientos estancos. Además, hay poca o nula participación masculina, por lo que eventualmente las intervenciones alcanzan a un segmento reducido de mujeres, particularmente las que están en situación de vulnerabilidad social y económica. Las intervenciones vinculadas con la comunicación desde una perspectiva de género, finalmente, muestran desafíos vinculados con la implementación de los mecanismos de sanción de la violencia mediática y simbólica contra las mujeres.
Ruta a futuro
La prevalencia de las representaciones de género estereotipadas en nuestro país es un problema para todos y todas. Deconstruir los estereotipos requiere de un cambio cultural que llevará tiempo, pero puede acelerarse. Se trata de una labor que debe ser impulsada desde todos los sectores de la sociedad, teniendo en cuenta el rol fundamental de los medios de comunicación y el sector privado. La exposición a contenidos que reproducen prejuicios de género en los medios está asociada con la expresión de creencias más sesgadas y rígidas acerca de cómo deberían comportarse las personas de distintos géneros. Además, el consumo de programación que refuerza estereotipos en niños y adolescentes también se vincula con elecciones educativas y de carrera consistentes con esas normas de género (Ward y Aubrey, 2017). Al mismo tiempo, los medios tienen un enorme potencial para contribuir a la deconstrucción de estas representaciones, presentando contra-estereotipos y modelos de rol positivos en términos de género y contribuyendo a la transversalización de la perspectiva de género (Casserly, 2016).
El sector privado, por su parte, también es una importante fuente de prácticas y representaciones que pueden acercarse o alejarse más de patrones de género estereotipados. Además del impacto directo en sus empleados, las empresas también alcanzan e inciden sobre proveedores y otros agentes a lo largo de las cadenas de valor, así como sobre los consumidores que diariamente están expuestos a publicidad. Así, el sector privado tiene a su disposición un amplio menú de opciones para promover representaciones de género diversas y positivas a través de sus prácticas de reclutamiento, compras y contrataciones, empleo y marketing y publicidad (Gortnar, 2008).
El rol del Estado también es clave, tanto en sus vínculos con el sector privado y los medios como en términos más amplios. La implementación de intervenciones públicas fundadas en evidencia para la deconstrucción de los estereotipos de género y el combate de las representaciones que los sostienen debe ser una prioridad en la agenda de políticas públicas. El logro de la equidad entre los géneros es un imperativo del derecho que interpela al Estado y a la sociedad y también es fundamental de cara al desarrollo sostenible del país.