Las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) generan controversia desde el primer día. Ya durante el debate legislativo se dijo que eran proscriptivas (al dejar a las fuerzas que no llegan al mínimo fuera de la elección general), que interferían en la vida interna de los partidos, que dividirían y desgastarían a la oposición, y que serían costosas para el Estado y agotadoras para los votantes. Los promotores sostenían que fomentarían la democracia interna de las organizaciones, la reorganización del debilitado sistema de partidos, y la construcción de opciones más claras para los votantes. Ahora, con el año electoral en marcha, referentes del oficialismo impulsan su derogación.
Desde su adopción, en 2009, las PASO rigieron en cuatro elecciones nacionales consecutivas y el balance da positivo. En primer lugar, ayudaron a depurar la oferta electoral al alentar la formación de alianzas y descalificar a las opciones no competitivas. En 2015 se dio la elección presidencial con menos candidatos desde 1983. En las legislativas, en promedio, un 25% de las agrupaciones no pasaron a la elección general y la cantidad de listas también cayó a su piso histórico.
En segundo lugar, las PASO sirvieron para que varios partidos midieran fuerzas y estabilizaran y legitimaran acuerdos. En 2015, Cambiemos, UNA y el FIT eligieron sus candidatos presidenciales en primarias con competencia. El caso de Cambiemos es elocuente: el resultado de esa primaria era previsible, pero medirse en las urnas ayudó a que cada socio acepte como justa la parte de los premios que le tocó. Para la oposición, las PASO pueden ayudar a administrar las expectativas de los aspirantes y agregar apoyos.
Además, las PASO producen pistas que ayudan a los votantes a decidir y a los partidos a ajustar sus estrategias de campaña. En 2015, hubo comportamientos muy estratégicos en una porción del electorado: quienes votaron a fuerzas opositoras en las PASO de la elección presidencial y de la Ciudad de Buenos Aires cambiaron su voto en la general para que el candidato opositor con más posibilidades accediera al ballotage. En la provincia de Buenos Aires, el Frente para la Victoria (FPV) perdió votos con la derrota de Julián Domínguez y la nominación de Martín Sabbatella. En 2017 las alianzas electorales y los votantes también mostraron un comportamiento muy sofisticado frente a la doble vuelta electoral que ofrecen las PASO. En siete distritos distintos, las generales revirtieron los resultados de las primarias. Esto ocurrió en elecciones de senadores (Buenos Aires, La Rioja y San Luis) y de diputados nacionales (Santa Fe, Salta, Chaco y La Pampa), en provincias grandes y pequeñas, con partidos hegemónicos y con mercados políticos competitivos, a favor y en contra de los oficialismos locales.
En cuanto al supuesto tedio que experimentarían los votantes por tener que ir a votar varias veces, no se verifica. La participación no cayó desde la adopción de las PASO.
Sin embargo, las PASO también muestran una falencia. Su efecto en democratizar internamente a las agrupaciones políticas viene siendo limitado. En general, las organizaciones prefieren evitar la competencia presentando listas únicas. Como el alineamiento es más fácil de conseguir para los oficialismos que para la oposición, la competencia es sistemáticamente más frecuente en el campo opositor.
En resumen, sabemos que las PASO producen opciones más discernibles para los votantes, alientan la formación y la estabilización de las coaliciones, y aportan información valiosa para los votantes y los partidos políticos de cara a la elección general. Lo que no queda tan claro es qué problema se busca resolver con su eliminación ni por qué correríamos el riesgo de generar incertidumbre en una fecha tan próxima a la elección.