La pobreza en Argentina es un flagelo endémico, todavía pendiente de resolución. Los más afectados por ella son los niños. Entre los menores de edad, uno de cada dos son pobres. ¿Romperán el círculo de la pobreza cuando lleguen a adultos o perpetuarán los fracasos de un sistema que les falló? Las causas de este problemático escenario son complejas. Las soluciones lo son aún más. Y el futuro de esta generación de niños nacidos y criados en la pobreza, está plagado de incertidumbres.
“Vamos a tener un futuro más preocupante que el presente, porque estos chicos van a llegar al mercado laboral con muy bajo capital humano y no podrán salir de la pobreza. Hay que apostar a romper este círculo. Transformar las trayectorias de vida de estos jóvenes pobres, para que ellos y sus hijos dejen de serlo”, afirma Mariano Tommasi, economista y profesor de la Universidad de San Andrés.
“Los niños tienen una situación de pobreza más crónica y permanente. Los adultos, en cambio, pueden tener etapas o períodos de pobreza de los que después salen. Estamos castigando a los niños por su lugar de nacimiento. Eso vulnera sus derechos. Cuanto antes actuemos, mejor, porque podemos cambiar el destino de estos niños porque sino va a ser bastante negro. No van a contar con las capacidades básicas para ingresar al mercado laboral”, explica Gala Díaz Langou, directora de Protección Social de Cippec.
Las causas de la mayor pobreza infantil son variadas. Entre ellas, se destacan factores educativos, económicos, cuestiones demográficas y de fertilidad, e incluso de género.
“El sistema educativo es reproductor de desigualdades. Los que tienen más recursos van a escuelas mejores. A ello se le suma el ‘peer effect’ o efecto de los compañeros. En las escuelas de zonas vulnerables, hay mayor violencia, deserción, más embarazo adolescente y más consumo de sustancias. A pesar de las acciones heroicas de muchas maestras y directores, las escuelas del conurbano son muy malas”, dice Tomassi, en referencia a la cuestión educativa.
Además, hay una fuerte relación entre la pobreza y los grupos etarios de la pirámide poblacional. “Uno de cada dos niños es pobre. Uno de cada tres jóvenes es pobre. Uno de cada cuatro adultos en edad laboral es pobre. Y menos de 1 de cada 10 ancianos es pobre en Argentina. Los pobres tienen menor esperanza de vida y son menos los que llegan a ancianos”, explica Tomassi.
La fertilidad también es distinta según el sector social al que se pertenezca. Es mayor entre las mujeres de pocos recursos. “Una graduada universitaria suele formar pareja a los 30 años y tiene solo dos hijos. La típica chica del conurbano bonaerense tiene su primer hijo a los 14 años. Va a tener varios hijos de distintas parejas a lo largo de su vida. Es frecuente que sus parejas desaparezcan y no aporten mucho al cuidado del niño”, indica Tomassi.
Las mujeres dedican casi el doble del tiempo en tareas de cuidado que los hombres. Su inserción en el mercado laboral es menor. Y esto redunda en que las familias monoparentales con jefas de hogar mujeres sean las que mayores niveles de pobreza infantil tienen, según informes de Unicef.
“La pobreza afecta más a las familias que tienen niños, porque el grupo familiar debe resolver una tensión entre lo productivo y lo reproductivo. Tienen que decidir entre dedicar más tiempo a cuidar al niño y reducir su tiempo en el mercado de trabajo, o decidir trabajar más y cuidar menos a ese niño. Las familias que resuelven bien esta tensión tienen una mejor participación de la mujer en el mercado de trabajo y mayores ingresos”, explica Díaz Langou.
Por último, la economía aporta lo suyo a esta problemática. “La economía importa: si crece, hay más empleo y aumentan los salarios. Esta mecánica del crecimiento empieza a sacar de la pobreza a adultos y a niños”, afirma Tomassi.
En el corto plazo, las soluciones apuntan al ingreso familiar. Lo económico predomina. En el largo, destacan políticas destinadas a la salud, la educación, y a desarrollar la igualdad de género con respecto a las tareas de cuidados.
“La solución es fácil en la pobreza por ingresos. Hay que transferir ingresos a estas familias. También, fortalecer el alcance de la AUH, porque hay un millón y medio de chicos que no tienen acceso. Esto en el cortísimo plazo. En el mediano y largo, el estado debería promover servicios de calidad y políticas que ayuden a las familias a resolver la tensión entre lo productivo y reproductivo. Por ejemplo, a través de mayor igualdad en las licencias por paternidad”, explica Díaz Langou.
“Hay que trabajar en los dos plazos al mismo tiempo. Atacar la pobreza de hoy en 2018 y 2019, que tiene que ver con la generación de ingresos de las familias, vivienda, e insumos. Pero también hacer foco en los niños, que tienen un bajo nivel de capital humano. La salud de los 40 años depende mucho de la primera infancia. Se requieren fortísimas inversiones en alimentación, prevención de embarazo adolescente y mejores centros de salud y primera infancia”, afirma Tommassi.
Fuente: El Economista