Publicado 21 de abril
Cada 22 de abril, desde 1970 se celebra el ‘Día del Planeta Tierra’ con el objetivo de generar conciencia acerca de los impactos que tiene la civilización humana sobre nuestro planeta. Y este 22 de abril, en el 50 aniversario de este movimiento coincide con una pandemia que ha puesto en pausa a la economía global y que nos obliga a pensarnos más que nunca como huéspedes de este planeta.
Hoy en día, en pleno Antropoceno, la civilización humana ya es considerada una fuerza planetaria por el grado de transformación generado sobre ecosistemas y el clima. Esta transformación no es gratuita ni pasa desapercibida: gases de efecto invernadero aumentando la temperatura global, hielos polares que se reducen produciendo aumento en el nivel del mar, eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes o pérdida masiva de biodiversidad, por nombrar algunos.
El aislamiento social y el freno a numerosas actividades industriales y comerciales producto del Coronavirus redujeron de manera abrupta el nivel de circulación de personas y vehículos, haciendo que disminuya bruscamente el nivel de tránsito, congestión, el ruido y contaminación en muchas ciudades a nivel global. A punto tal que fueron noticia la aparición de animales salvajes en zonas urbanas: delfines en el puerto de Cagliari, Italia por la falta de tráfico de ferries, el avistaje de un hocó colorado –una especie de garza– paseando por las calles de Olivos, en Buenos Aires, por nombrar un par de ejemplos. Basta ver estos mapas elaborados por CONAE con datos de contaminación atmosférica para los principales aglomerados urbanos del país, antes y después de la cuarentena para entender que las actividades antrópicas impactan y mucho en nuestro planeta. Y aquí cabe la pregunta: ¿seguirá todo igual una vez superada esta pandemia?
Esta crisis sanitaria se convertirá –ya lo está haciendo- en una crisis económica, con impacto global y en muchos sectores de la sociedad. Las gobiernos nacionales y sub-nacionales están pensando y e implementando medidas para reaccionar y hacer frente a esta compleja situación, y a la vez cómo salir de ella hacia el futuro de la mejor manera posible. Como si esto fuese poco, no debemos olvidarnos de la otra crisis, la ecológico-climática, de la que hoy nos acordamos. Y aquí se configura una gran oportunidad, la de construir resiliencia: toda crisis puede también significar una ocasión de introducir cambios para salir fortalecidos, y este caso no es la excepción.
Según un informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) el fenómeno de ‘cambio climático’ es considerado uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad –particularmente en este siglo- y con cada vez más asiduidad se remarca la necesidad de tomar acciones que repercutan en la mitigación del fenómeno y de sus crecientes consecuencias.
Brindar ayuda económica con incentivos y subsidios a sectores que colaboren en reducir gases de efecto invernadero a la vez que se impulsan inversiones en infraestructura sostenible, por ejemplo, podría ayudar a atenuar la contracción económica que tenemos en puerta y al mismo tiempo colaborar en reducir la presión sobre ecosistemas naturales y mitigar la crisis climática que el calendario oportunamente nos recuerda. La infraestructura resulta indispensable para la vida en las ciudades y el tipo de infraestructura que se construya en los próximos años va a determinar si la humanidad podrá hacer frente de manera apropiada a la otra emergencia –y también urgente-: la ecológica-climática.