El tiempo transcurre más lento en movimiento que cuando estamos quietos. Los científicos lo comprobaron hace muchos años: el presente no es el mismo para todos. La física está derribando nuestra noción más arraigada sobre el tiempo e incluso la mecánica cuántica puso en duda, recientemente, la existencia de un solo futuro; hay muchos futuros posibles.
Es por eso que no podemos saber de antemano cómo será el país de las próximas generaciones. No existe un futuro predeterminado que se infiera de dónde estamos hoy. Imaginar el futuro de Argentina y construirlo es un movimiento constante y colectivo, que implica fijar una y muchas metas.
Desde CIPPEC estamos convencidos de la importancia de esta tarea. Es una iniciativa que nos desvela y que en CIPPEC llamamos #META, Metas Estratégicas para Transformar Argentina. El proyecto #META está pensado como un diálogo, basado en la confianza, con todos los actores de la vida pública: sindicalistas, empresarios, líderes políticos, expertos, líderes sociales y de opinión. Cada uno, con su cuota de impacto en la vida pública, configura el statu quo pero tiene también la posibilidad de alterarlo.
En #META queremos discutir y confrontar ideas sobre los temas estratégicos, para que nuestros intereses y propuestas choquen lo necesario. No buscamos consensos, buscamos disensos informados. Buscamos negociaciones sobre las metas que Argentina debería ponerse. Los disensos son como los andariveles de una pileta: fijan los límites de la negociación y son los que hacen posible avanzar. Si avanzamos en acordar estas metas, nos vamos a poder concentrar en cómo alcanzarlas.
En ese marco, CIPPEC quiere proponer varias metas para este período electoral. La primera es forjar una economía con mayor peso de las exportaciones, y así crecer sostenidamente y superar las recurrentes crisis de nuestra balanza de pagos. Para eso, es clave tener una estrategia para paliar el rezago tecnológico de nuestra industria manufacturera y consolidar nuestra matriz energética, que asegure la sostenibilidad de la oferta y continúe la transformación en el uso de las energías renovables.
Otra meta central e ineludible es atacar la pobreza crónica. Tres de cada diez argentinos viven hoy en la pobreza. Para muchas de esas personas, esta situación es crónica: nunca vivieron fuera de la pobreza, mientras que, para otras, es recurrente: entran y salen de la pobreza con cada crisis. Si bien varios países de América Latina pudieron reducir mucho la pobreza, desde 1983 los únicos períodos duraderos en que Argentina lo hizo fueron en las salidas de las dos grandes crisis macroeconómicas. Según proyecciones que hicimos junto al CEDLAS, si la Argentina creciera al 3% anual en los próximos cinco años –una estimación muy optimista–, la pobreza todavía alcanzaría al 26%. Es decir que solo con crecimiento no alcanzará para mejorar la situación de los más vulnerables.
También queremos proponer una meta sobre nuestro sistema educativo. Hace medio siglo solo iba al secundario el 29% de los jóvenes de 13 a 17 años. Para 2001, habíamos logrado duplicar esa cifra y hoy llega al 90 por ciento. Muchos de estos jóvenes son la primera generación que pisa una escuela secundaria. Pero la mitad de los chicos abandona la escuela, y una proporción importante de quienes sí la terminan lo hacen luego de repetir una o más veces. Avanzamos en que accedan a la secundaria pero ahora tenemos que transformarla para retenerlos, dándoles una educación de calidad. Por eso, reducir el abandono escolar es otra de nuestras metas. Varias provincias ya comenzaron estas reformas.
A su vez, nos obsesiona la necesidad de una mejor planificación urbana, para que nuestras ciudades vuelvan crecer de manera sostenible. Hoy nuestras ciudades se expanden de manera inequitativa y poco sustentable. Entre 2006 y 2016 los grandes aglomerados urbanos de Argentina crecieron más en superficie que en habitantes: desarrollar nuestras ciudades requiere definir nuevos modelos de gobernanza metropolitana.
Finalmente, para que todas estas reformas puedan permanecer en el tiempo, se requiere la construcción de mejores capacidades en los estados. Necesitamos gobiernos pensados desde la planificación de sus metas y la evaluación de sus políticas; con una burocracia profesional y estable. Nos ilusiona imaginar que todas estas conversaciones sobre las metas y cómo alcanzarlas tengan un punto de llegada en los Debates Presidenciales este año.
Sabemos que esto es difícil y que no se agotan aquí los temas centrales de Argentina. Pero también sabemos que no es imposible y lo sabemos por experiencia directa. Hace unos años propusimos una meta muy simple pero aún lejana de alcanzar: que las campañas electorales se financien sólo con dinero trazable. Junto con Poder Ciudadano y la Red de Acción Política llamamos a un #2019Transparente. Buscamos reactivar la discusión en el Congreso y, al mismo tiempo, pedimos el compromiso de los empresarios, los candidatos, la Justicia Electoral y los periodistas con una mayor transparencia en esta campaña electoral. Ya logramos compromisos concretos como el de IDEA y la Unión Industrial Argentina. Ojalá los partidos y candidatos que compitan en estas elecciones adhieran públicamente a esta iniciativa.
Ponerse metas puede sonar técnico, a ingeniería del detalle, pero detrás de esta propuesta hay algo muy de base. Las metas requieren negociar. Las metas requieren la audacia de la confianza. Y esa confianza se construye a medida que se logran resultados más inmediatos mientras se gestan otros, de más largo aliento.
Existen muchos futuros posibles. Para diseñarlos, necesitamos una idea colectiva de dónde queremos estar. Esto puede sonarnos novedoso pero es algo que Argentina ya hizo. En el siglo XIX, la generación del 37 imaginó un país liberal e inspiró nuestra Constitución, cuyo corazón sigue vigente hoy; la generación del 80 aprovechó la revolución industrial para transformarnos en el granero del mundo y construir el Estado moderno. En el siglo XX, el radicalismo y el peronismo ampliaron los derechos políticos y sociales. Y tras décadas de interrupciones, hace 35 años que convivimos en democracia, sin que la violencia política sea la moneda de cambio. Esas generaciones tenían sus diferencias, pero vistas con perspectiva histórica, compartían un punto de partida, un espíritu de época y metas.
Pero lo que nos une a todos hoy es la sensación de que vivimos intensamente aunque estamos siempre en el mismo lugar. Pareciera que el tiempo en Argentina transcurre en dos velocidades opuestas: una sucesión acelerada de eventos coyunturales que se recorta sobre un fondo de permanencia e inacción. No nos damos cuenta de que todos juntos configuramos un movimiento involuntario. Acción, reacción, acción, reacción. Esto, multiplicado por cada uno de nosotros, configura una coreografía. Una coreografía invisible que nos trajo hasta acá. Y que habla también de nosotros como generación.
Cuando los historiadores del futuro miren nuestra época, ¿qué verán en la generación de líderes del 19? ¿Seremos la generación perdida, la generación del desacuerdo o la generación de las metas comunes?