El diagnóstico es claro: no se puede seguir enseñando a alumnos del siglo XXI con una escuela pensada en el siglo XX. Y también existe un fuerte consenso sobre la necesidad de innovar para desarrollar una escuela que enseñe a pensar, que empodere a los alumnos y que haga más atractivo el conocimiento.
Como bien dice Axel Rivas, codirector de Educación de Cippec, en su libro Cambio e innovación educativa: las cuestiones cruciales, “innovar es alterar los elementos de un orden escolar que apagan o limitan el deseo de aprender de los alumnos. Buscamos escuelas que den sentido a lo que enseñan y construyan puentes con la vida de los alumnos. Buscamos escuelas donde los alumnos sean protagonistas y puedan hacer cosas en la vida real con lo que aprenden. Buscamos escuelas donde el conocimiento sea más transversal y busque promover la comprensión más que la memorización inerte. Buscamos escuelas que generen un genuino compromiso social, que activen capacidades de transformación en un mundo lleno de injusticias”.
Y si bien son muchas las escuelas que ya lo están haciendo desde el trabajo por proyectos o la disposición de los espacios, también es cierto que surgen varios interrogantes que todavía faltan despejar: ¿por dónde arrancar? ¿Están capacitados los docentes para esta nueva tarea? ¿Hace falta mucha plata para innovar? ¿Es posible hacerlo en los contextos más vulnerables?
Fuente: La Nación