Publicado en agosto de 2021
La infancia de cada persona es única y diferente. Quienes ya la transitamos sabemos que es un período fundacional. Desde Marcel Proust que recuerda su niñez a partir del sabor de una madgalena en la novela “En busca del tiempo perdido”, hasta Luis Alberto Spinetta con su plegaria para un niño dormido, el tema de la infancia siempre vuelve. En las artes y en el mundo de las ciencias. Son numerosos los estudios de psicología y neurociencias que subrayan la relevancia de este periodo en términos de desarrollo de capacidades y habilidades a mediano y largo plazo.
¿Qué van a recordar los niños y las niñas de la Argentina de hoy cuando sean personas adultas? No podemos dar respuesta cabal a esa pregunta, pero sí inferir algunas ideas generales a partir de las condiciones en las que viven.
En nuestro país, la pobreza está infantilizada: 51% de los hogares con niños/as no logran alcanzar ingresos suficientes, cifra que se reduce a un 18% en el caso de hogares sin niños/as. Casi seis de cada diez niños/as (58%) se encuentran en situación de pobreza, y dos (17%) de ellos/as viven en la indigencia (Gif 1).
Además de la insuficiencia en ingresos, una proporción importante de los/as niños/as se encuentra en hábitats precarios sin acceso a bienes y servicios esenciales. Alrededor de cuatro de cada diez viven en un hogar sin acceso a cloacas, cinco no tienen acceso a la red de gas, y cuatro no disponen de una computadora en su casa (Gif 1).
Gif 1. Características de niños/as y sus hogares (segundo semestre 2020).
La relevancia de vivir en un entorno socioespacial adecuado y sus externalidades en otras cuestiones como el cuidado y la educación se visibilizaron aún más en la pandemia. Dadas las medidas de confinamiento, las familias con niños/as tuvieron que enfrentar un aumento en las tareas de cuidado y educación dentro de sus respectivos hogares. Desde marzo de 2020 la mayor parte de la/os estudiantes continuaron su escolaridad únicamente de forma remota, y recién entre fines de 2020 e inicios de 2021 se avanzó en esquemas de modalidad semipresencial. Los recursos con los que cada hogar contaba (acceso a Internet, a una computadora, espacio adecuado para el cumplimiento de tareas, nivel educativo de las personas adultas responsables, etc.) fueron decisivos en la calidad de acceso a la educación remota, lo que exacerbó las desigualdades educativas por nivel socioeconómico (Cardini y Torre, 2021).
El gobierno implementó políticas públicas significativas para paliar los efectos adversos de la crisis. Se destaca el refuerzo de medidas de transferencias de ingresos orientadas a los hogares más vulnerables como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), los bonos extra para titulares de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar. A su vez, hubo acciones para apoyar la escolaridad, por ejemplo mediante la diversificación de los medios de acceso a la educación remota más allá de la modalidad online, a través de la distribución de cuadernillos impresos y la provisión de computadoras (Cardini, D’Alessandre y Torre, 2020). Las medidas adoptadas ante la emergencia permitieron evitar un escenario peor en términos sociales, pero no alcanzaron para contrarrestar todos los efectos negativos de la crisis.
En síntesis, la crisis por la pandemia sumó nuevas vulneraciones y exacerbó las preexistentes. En la última década la pobreza infantil nunca fue menor a alrededor de 40%, lo que da cuenta de problemas estructurales que, aún en momentos más favorables, no pudieron ser resueltos.
¿Cómo abordar la reducción de la pobreza infantil? Existe un vínculo estrecho entre crecimiento y pobreza. Cuando la economía no crece es muy difícil mejorar la calidad de vida de las personas. Recuperar un sendero de crecimiento económico sostenido es necesario para reducir la pobreza, pero no es suficiente. También deben adoptarse políticas públicas que son centrales para frenar la reproducción intergeneracional de la pobreza, como mejorar el sistema de asignaciones por hijo/a, garantizar los derechos sexuales y reproductivos, ampliar el acceso a espacios de crianza, enseñanza y cuidado de calidad, y mejorar la finalización y aprendizajes escolares de adolescentes, entre otras.
Todo esto requiere de una mayor inversión en la niñez con recursos que, como sabemos, no abundan. A modo de ejemplo, la inversión per cápita promedio por niño/a con menos de 18 años es más de tres veces menor a la destinada a una persona con más de 60 años (Gráfico 2). De esta comparación surge el dilema que supone el fin del “bono demográfico” (aumento de la proporción de la población en edad de trabajar). En unos 15 años este bono llegará a su fin y, en un contexto de envejecimiento poblacional, los recursos destinados a la edad de retiro serán cada vez mayores, lo que reducirá aún más el margen de maniobra para la redistribución intergeneracional.
Gráfico 2. Gasto público anual per cápita a lo largo del ciclo de vida (2016)
Decir que la inversión en la niñez debe ser una prioridad en pos de mejorar las condiciones de las personas mayores puede sonar contraintuitivo, pero no lo es. Sentar las bases para un aumento de la productividad de las/os trabajadores del futuro, que pueda compensar la esperable caída en la proporción de la población que trabaja, es indispensable para poder sostener la protección social. Además, es relevante explorar si el sistema previsional presenta espacio para mejoras en términos de equidad, sostenibilidad y eficiencia que pueden ser consideradas (Rofman, 2020).
El momento que atravesamos actualmente es decisivo para consensuar una estrategia de desarrollo que incorpore la reducción de la pobreza infantil en sus objetivos, por dos razones. En primer lugar, el país está hoy en el nivel máximo de su bono demográfico, lo que brinda mayores oportunidades para el crecimiento yla redistribución intergeneracional. En segundo lugar, momentos de crisis como este potencian la capacidad para establecer diálogos y acuerdos entre distintos actores y sectores de la sociedad. Reducir la pobreza en la niñez no solo responde a la agenda de derechos, es necesario para la construcción de un futuro con crecimiento inclusivo y mejor calidad de vida para todos y todas.