La irrupción de la COVID-19 parece habernos colado el futuro por la ventana. Se constata una aceleración de tendencias que estaban presentes pero que todavía tenían un tufillo futurista: el chiste recurrente es que el 2020 es en realidad la nueva temporada de Black Mirror. Imaginarnos el futuro es una práctica habitual en todas las sociedades. Quizás pocas veces se hizo de forma tan cándida como en la tira de Los Supersónicos, que se lanzó al aire en 1962 pero se popularizó durante la década de 1980.
La trama pincelaba aventuras cotidianas de una familia en el año 2062: la sociedad era interplanetaria, las personas se transportaban volando en aeroautos, las pantallas estaban presentes en todos lados y la mascota familiar había sido importada desde la Luna. Este ejercicio de la imaginación de casi 60 años de edad anticipó el teletrabajo como una realidad unívoca, aunque sabemos que aún hoy muchos trabajadores enfrentan desafíos para poder desempeñar sus tareas de forma remota. Sin embargo, el desacierto mayor de Los Supersónicos es el de la representación de la familia tradicional: papá Super Sónico trabajaba para el señor Júpiter, mamá Ultra se encargaba del cuidado y las tareas domésticas con la ayuda de Robotina (una robot personificada también como mujer), y la hija adolescente y el hijo menor iban a la escuela y enfrentaban problemas típicos de su edad. Faltan más de cuarenta años para llegar al 2062, pero algo es claro: esa familia tipo tradicional está en proceso de disolución, tanto en el mundo como en Argentina.
Los esquemas familiares en nuestro país son cada vez más diversos. Hoy es muy común ver parejas con hijos/as donde ambos progenitores trabajan jornadas extensas fuera del hogar, familias ensambladas, hijos/as con progenitores separados, familias homoparentales, madres solteras. En 1986, casi una de cada dos familias respondía al esquema tradicional de pareja con hijos/as y, en este grupo, solo en una minoría (31%) ambos progenitores participaban del mercado laboral. La mayoría de estos hogares contaban con un varón como jefe y principal sostén económico.
En la actualidad, la situación cambió notoriamente: la proporción de familias monomarentales (compuestas por madre e hijos/as) creció, al igual que la cantidad de hogares con dos progenitores que hacen aportes económicos al hogar. Se evidencia una clara tendencia: los hogares con un varón como único sustento económico son cada vez menos.
Evolución de hogares según cantidad de proveedores. 1995-2019.
Fuente: elaboración propia en base a EPH (INDEC).
Nota: se consideran como proveedores a los jefes de hogar o cónyuges con ingresos positivos. Los datos corresponden a 17 aglomerados urbanos comparables a lo largo del periodo analizado.
Por otro lado, en Argentina, cada vez menos familias tienen hijas/os. Pero este fenómeno no afecta por igual a familias de distintos sectores socioeconómicos. La presencia de niños/as en el hogar es más frecuente en los sectores de menos recursos, donde crece la proporción de hogares monomarentales o familias extendidas (hijos/as que viven con sus madres o con ambos progenitores, pero también con sus abuelos/as, tíos/as u otros familiares o no familiares). Por el contrario, las familias sin hijos/as y las unipersonales se concentraron en los estratos de altos ingresos.
Composición de las familias según nivel de ingresos. 4to trimestre de 2019.
Fuente: elaboración propia en base a EPH (INDEC)
En la diversidad de conformaciones familiares, son los hogares monomarentales los que suelen enfrentar mayores dificultades para lograr un cierto nivel de bienestar y para conciliar las responsabilidades de cuidado con la vida personal y laboral. Solo 69% de las jefas de hogares monomarentales participa del mercado laboral y sus ingresos son menores que los de sus contrapartes masculinas o de los hogares con dos proveedores.
Cuando los varones no habitan en el mismo hogar que sus hijos/as, suele incumplirse la responsabilidad de brindarles apoyo económico. Del total de hogares monomarentales, solo 32% recibe ingresos por cuota de alimentos (ENES, 2015). Esta insuficiencia se da en todos los sectores socioeconómicos: solamente la mitad de los padres de los quintiles de mayores ingresos y uno de cada cinco en los quintiles de menores ingresos cumplen con la cuota alimenticia. El acatamiento a la norma, además, disminuye a medida que los/as hijos/as crecen: 39% de los/as menores de 15 años recibieron cuota de alimentos en 2015, porcentaje que disminuye a 25% para mayores de dicha edad.
Incluso cuando ambos progenitores conviven en el hogar, se mantienen grandes diferencias en la división de responsabilidades entre mujeres y varones. Las madres participan en el mercado laboral menos que los padres (57% vs. 90%) y, cuando lo hacen, trabajan en forma remunerada en jornadas de menor duración (33 horas semanales en promedio, muy por debajo de las 44 horas de los varones). Además, suelen percibir salarios menores, desempeñarse con mayor frecuencia de manera informal y tener mayores tasas de desempleo. En contraste, las mujeres están sobrerrepresentadas en las tareas de hogar. Casi la totalidad de las madres (97,5%) realiza tareas domésticas, y su dedicación horaria más que duplica a la de los padres. El cuidado de los niños y las responsabilidades del hogar les insumen 9 horas al día -lo mismo que un trabajo a tiempo completo-, mientras que los padres destinan poco más de 4 horas en un día típico (EAHU, 2013).
La igualdad de género en los hogares en tiempos de pandemia
El aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), implementado en respuesta a la pandemia de COVID-19, amenaza con profundizar y exacerbar los roles de género al interior de los hogares y en la sociedad. El repliegue de todas las actividades de la vida cotidiana a la esfera doméstica exigió a las familias absorber toda la carga del trabajo de cuidado, ante el cierre de escuelas y de espacios de crianza, enseñanza y cuidado (CEC). Además, son las familias quienes asisten a personas mayores o con alguna enfermedad que viven fuera del hogar y se encuentran en situación de vulnerabilidad. Al interior de las familias, la mayor parte de estas tareas recayó sobre las mujeres.
Durante la pandemia (abril 2020), los varones disminuyeron su dedicación proporcional en las actividades domésticas, tanto en los hogares con jefa mujer como en aquellos con jefe varón (gráfico 3). La única excepción fue realizar las compras, una tarea repartida de manera equitativa previo al ASPO y en la cual los varones incrementaron su participación (UNICEF, 2020).
Realización de tareas del hogar en familias con jefe varón, por sexo. Total país. Abril 2020.
Fuente: UNICEF (2020)
Pese a que las opciones de trabajo flexible (como el teletrabajo o la libre gestión de tiempos laborales) suelen plantearse como iniciativas para promover un mejor balance trabajo-familia, las estimaciones de CIPPEC muestran que los varones, por la naturaleza de sus puestos de trabajo, tienen un mayor potencial para el teletrabajo que las mujeres (32%-34% vs. 24%-25%). En un contexto en el cual se profundiza la feminización del cuidado, se agudiza la doble carga de muchas mujeres: ellas deben seguir saliendo de sus hogares para generar ingresos (la mayoría de los puestos de trabajo esenciales son ocupados por mujeres) y también gestionar el cuidado familiar. Incluso para aquellas que sí pueden teletrabajar, la doble carga impactaría sobre su productividad en el trabajo remoto, evitando la contribución a un mayor equilibrio laboral y familiar y poniendo obstáculos a su desarrollo profesional futuro.
La familiarización y feminización del cuidado, en conjunto con la ausencia de alternativas para resolver el cuidado durante el ASPO, compromete los avances logrados en la autonomía económica de las mujeres y en la corresponsabilidad los géneros. Una mayor participación de los varones como cuidadores se vuelve imperiosa para garantizar el derecho a cuidar y ser cuidado de todas las personas.
Políticas públicas para un feliz día del padre
Las transformaciones de las estructuras de los hogares requieren que las políticas públicas estén en sintonía con sus necesidades diversas. Sin embargo, la acción del Estado se encuentra rezagada frente a esta realidad.
En primer lugar, en tiempos de emergencia sanitaria y económica, debe ser prioritario sostener las políticas de protección social que apuntan a garantizar ingresos y el acceso a bienes y servicios básicos a todos los hogares. Asimismo, es necesario brindar alternativas específicas y acotadas de cuidado infantil para las familias que tengan más dificultades para afrontar el cuidado de forma familiarizada. En paralelo, la emergencia no debe comprometer la coparentalidad: el Estado debe asumir un rol activo en concientizar y enmarcar el tiempo de quedarnos en casa como una oportunidad para que los varones se involucren más en las tareas cotidianas y revisar el pacto implícito de género al interior de los hogares. También es central que se generen acuerdos públicos-privados para que, en los sectores que se reactivan, no sean solo los trabajadores varones quienes vuelvan a la actividad mientras se mantenga la suspensión escolar.
Segundo, con el fin de garantizar el derecho de todas las personas a cuidar y ser cuidadas, el Estado debe avanzar en crear un sistema integral y federal de cuidados basado en tres pilares. Primero, que provea tiempo para cuidar, con un régimen de licencias por nacimiento o adopción que sea universal, adaptable a las necesidades de cada familia y que promueva la coparentalidad. En la actualidad, los varones cuentan solo con dos días de licencia en la Ley de Contrato de Trabajo, lo cual vulnera sus derechos. Segundo, un nuevo esquema de cuidados debe proveer dinero para cuidar, a través de un sistema de transferencias monetarias que llegue a todos los hogares con niños, niñas y adolescentes. Por último, debe ampliarse la cobertura de espacios de crianza, enseñanza y cuidado de calidad para la primera infancia. Estas políticas tienen un gran potencial para generar empleo y contribuir al PBI, por lo cual pueden tener un rol crucial en la reactivación económica. Estos tres pilares deben contemplar la diversidad de esquemas de cuidado que implementan las familias en Argentina: se trata de dejar usar al formato de familia tradicional como punto de partida a la hora de pensar políticas públicas.
En particular, frente a la vulnerabilidad que enfrenta la creciente proporción de hogares monomarentales, concentrados en los segmentos de menores recursos, es necesario implementar acciones específicas de protección social. El Estado debe fiscalizar el cumplimiento del pago de la cuota alimenticia en todos los hogares con hijos/as menores de 21 años (o 25 en caso de que estudien) y establecer sanciones por incumplimiento. En paralelo, los esquemas de transferencias deben contemplar las mayores necesidades de los hogares con un solo progenitor y proveedor.
Por último, cabe destacar que las políticas públicas deben funcionar como un mecanismo normativo para acelerar el cambio cultural que se encuentra en marcha. Todas las medidas mencionadas tienen el potencial de contribuir a una mayor igualdad entre los géneros y a una mayor autonomía económica de las mujeres. Sin embargo, hay otra política que se vuelve imprescindible: la plena implementación de la ley de Educación Sexual Integral (ESI) es crucial por su potencial para derribar estereotipos de género y construir un entramado de normas sociales más equitativo desde edades tempranas.
Incluso imaginando un futuro a cien años, Los Supersónicos dieron por cierta una cosa: el rol central de la familia en la sociedad. Esto sigue siendo verdad y probablemente lo sea por muchos años; pero sin dudas las estructuras de las familias continuarán cambiando. El interrogante es si esos cambios estarán acompañados por modificaciones en los roles de género que tiendan a una mayor igualdad.
Las luchas por la igualdad de género apuestan no solo a lograr una mayor autonomía para las mujeres, sino también a liberar a los varones de los mandatos vinculados a su género. En las últimas décadas, surgió un debate sobre las “nuevas masculinidades”, que dejan de lado la idea hegemónica del varón fuerte y proveedor para dar espacio a relaciones de género más igualitarias. En este marco, para los varones que son padres, el lugar que ocupan en el cuidado y la crianza de sus hijos/as cobra un rol protagónico que actúa en beneficio de toda su familia y de la sociedad en su conjunto. Las políticas públicas deben apoyar el fortalecimiento de estas nuevas masculinidades para lograr el objetivo de una mayor igualdad entre mujeres y varones. ¿Realmente nos parece más fácil imaginar un futuro con viajes intergalácticos que uno en donde los Supersónicos compartan el cuidado?