Publicado el 11 de junio
Entre fines de marzo y comienzos de abril, el mundo cerró las puertas de sus escuelas. En unos pocos días, 9 de cada 10 estudiantes de más de 190 países quedaron alejados de las aulas, de los patios, de los pasillos y de los salones de música. Los efectos de la pandemia fueron tan repentinos como inesperados. Cuadernos, carpetas, libros y materiales escolares quedaron bajo llave en casi todo el planeta. Los docentes y los alumnos quedaron alejados, esforzándose por sostener -de alguna manera y desde sus hogares- el vínculo que los caracterizaba.
La pregunta por la enseñanza y el aprendizaje remoto se volvió imperiosa. De un día para el otro, cambiamos urgidos nuestras rutinas para sostener la escuela a distancia. Hoy estamos imaginando y ensayando formas de volver. Se avizora un regreso gradual e intermitente, signado por el ritmo de las políticas epidemiológicas. Las experiencias y aprendizajes construidos durante las últimas décadas acerca de las posibilidades y limitaciones de la educación a distancia nos interpelan más directamente que nunca. Educar sin presencialidad, sin horarios fijos y sin la proximidad de los cuerpos es condición de este nuevo escenario.
En estos últimos dos meses, el uso de nuevas herramientas se propagó a un ritmo inusitado y la educación digital se ubicó en el centro de la escena. Muchos hablan de procesos históricos que se aceleran. Transformaciones que hubieran llevado años y meses, hoy se dan en semanas, o incluso en días. Nuestra historia, dicen, es como una película que se adelanta a toda velocidad. Nadie duda sobre el aceleramiento de algunos fenómenos, pero cabe preguntarse si en otros no estamos rebobinando, también a altas velocidades. El ritmo y la escala de los cambios están a la vista. Los interrogantes más importantes hoy se concentran en su dirección.
Este tercer ciclo reúne miradas diferentes para reflexionar colectivamente acerca de la escuela que viene desde una perspectiva digital: ¿Qué revela este nuevo contexto para pensar las oportunidades y los riesgos de la digitalización en educación? ¿Cuáles son los claroscuros de la educación digital y cómo podrían transformar a la escuela que viene? ¿Qué dimensiones y qué cambios educativos son prioritarios para asegurar el derecho a la educación de millones de estudiantes alrededor del mundo? ¿Cual es el rol de la pedagogía y la política a la luz de estas transformaciones? Este ciclo se pregunta por la dirección y el sentido de los cambios necesarios para la escuela que queremos.
La comunidad educativa se ha preguntado por el uso de nuevas tecnologías desde sus propios inicios. Estos interrogantes se formularon alrededor de la tiza, del pizarrón y del cuaderno, pasando por la educación a través de correspondencia, y llegando hasta las computadoras y los dispositivos. La llegada de las tecnologías digitales a partir del siglo XXI dio un nuevo giro a estas discusiones. Multiplicaron de manera exponencial los desafíos y las oportunidades educativas, a tal punto que la alfabetización digital se volvió un tema de agenda ineludible.
Desde entonces, el mundo de la educación ha incorporado estas tecnologías a fuerza de prueba y error, a través de pequeñas iniciativas y políticas universales, de arrebatos individuales y programas colectivos. Se volvieron cada vez más frecuentes las experiencias orientadas al uso de plataformas de enseñanza, sistemas de gestión y monitoreo, gamificación, robótica, formación a distancia, entre otras innumerables posibilidades. Su potencial parece ser tan amplio que el sistema educativo es visto por muchos como un gran laboratorio de innovaciones digitales que se incorporan en escuelas y sistemas educativos. Son fenómenos de transformaciones imprevisibles por lo que implican, y por la velocidad con la que se multiplican.
Este laboratorio educativo digital tiene, como muestra Axel Rivas en su último libro, luces y sombras. La máquina de internet abre infinitas puertas a la creatividad y el intercambio, conecta rincones del planeta y hasta expande las fronteras de las expresiones individuales y políticas. Los destellos de estas transformaciones también han traído nuevos interrogantes sobre nuestra privacidad, capacidad de concentración y posibilidades de clasificar flujos de información interminables. La sofisticación del mundo digital implica enormes asimetrías de poder entre los usuarios y las empresas, que generan nuevas manifestaciones de exclusión y periferia. Inquietan cuestiones relacionadas con el uso y explotación de datos, las herramientas para competir por nuestra atención así como la transparencia y la rendición de cuentas. La ingenuidad digital se esfuma cuando damos lugar a la pregunta que nos trae Cristobal Cobo: ¿acepto los términos y condiciones de la vida digital?.
La irrupción del COVID19 profundiza estas dos caras de las tecnologías digitales, acelerando la llegada del futuro. Al mismo tiempo, revela desafíos de nuestros sistemas educativos vinculados con el pasado, con el acceso a la educación. Hoy más que nunca se combinan los desafíos educativos del Siglo XXI con los del siglo XIX, en un panorama que sabemos que profundizará las desigualdades. ¿Cómo se cruzan estos tiempos con este juego de luces?
Está claro que la posibilidad de acceder a educación remota no es igual para todos, pero la pandemia reveló este punto como nunca se había visto. Al ser la educación a distancia la única alternativa para mantener la continuidad de los aprendizajes, las diferencias en las posibilidades de concretar y aprovechar estas herramientas quedaron al descubierto. La oficina de investigación Innocenti de UNICEF publicó recientemente un informe que ofrece pistas sobre los puntos de partida entre diferentes países y regiones. A partir de la información de encuestas de hogares y respuestas educativas nacionales de 183 países, muestran que en al de los 183 países menos de la mitad de los hogares tienen acceso a internet. Estas diferencias no se dan sólo entre los países ni el relación a la conectividad. En cuanto al acceso a un televisor, en la mitad de los países que reportaron datos, las tasas de cobertura de las áreas urbanas duplican a las de áreas rurales.
La información sobre el acceso a dispositivos digitales y conectividad son necesarios pero insuficientes para comprender esta complejidad. Como advierten Mariano Fernández Enguita y María Teresa Lugo en varios sus respectivos trabajos, existen fuertes disparidades en el uso de estas tecnologías. Acceder a estas herramientas no se traduce automáticamente en habilidades para curar grandes caudales de información, producir contenidos relevantes y hacer un uso adecuado del tiempo en redes sociales. En efecto, algunos estudios muestran cómo los alumnos de familias de niveles socioeconómicos más altos poseen mayores probabilidades de adquirir estas habilidades debido al capital cultural de los padres.
La digitalización permite imaginar una escuela que multiplica las posibilidades de enseñar y aprender, pero será la pedagogía la que puede dotar de sentido a las herramientas digitales. Solo la pedagogía podrá ponerlas al servicio de la planificación, la evaluación significativa, las secuencias didácticas, la selección de contenidos y las actividades. Por su parte, la política educativa tendrá un rol clave a la hora de consensuar y conducir la dirección de estas veloces y demandantes transformaciones; sin política educativa no es posible pensar una escuela digital con sentido de justicia y mirada de largo plazo.
Estamos frente a un escenario incierto pero tenemos la certeza de que, en este nuevo contexto de distanciamiento social, las desigualdades educativas se van a seguir profundizando. La pandemia nos obliga a “hacer zoom” en ese claroscuro digital con una velocidad impensada, como cuando ajustemos el contraste de una foto quienes no sabemos nada sobre fotografía. A su vez, basta revisar unos pocos datos sobre acceso y calidad educativa a nivel global y regional para imaginar una escuela digital que, ante todo, debe reconocer que estos nuevos desafíos son tan importantes como los que traemos desde hace un siglo y medio.
Este tercer ciclo de “la escuela que viene” se pregunta por aquello que nos deja la pandemia en relación a una escuela digital. Frente a las recurrentes preguntas sobre qué le piden el mundo digital y el siglo XXI a la escuela, la reflexión nos puede ayudar a invertir la carga: ¿qué le pedimos a las tecnologías digitales para que la escuela que viene sea la escuela que queremos? Después de todo, las luces y sombras siempre dependen de la perspectiva.