Según una información de la Fundación Cimientos, cada hora en nuestro país 49 chicos dejan de estudiar en el nivel secundario. Para CIPPEC, las cifras son más alarmantes, ya que serían 500.000 los adolescentes que no inician o abandonan pronto la escuela media.
Esta penosa realidad reclama diversas formas de enfoque a los organismos que deben aplicar metodologías firmes de acompañamiento. Así lo expresó Alejandra Cardini, directora del programa de Educación de CIPPEC. Por su parte, la Fundación Cimientos colabora para que los adolescentes accedan al logro de títulos que abren caminos en el mundo adulto. Para este fin, apoyan a alumnos en recuperación que, por el clima familiar en que viven, necesitan reconsiderar el valor del estudio y el título que ha de permitirles una mejor inserción en el mundo, no solo en el laboral, según explica Magdalena Saieg, directora de programas de Cimientos.
En opinión de Manuel Álvarez Trongé, titular del Proyecto Educar 2050, hay dos factores que promueven el esfuerzo de estudiar en adolescentes reacios a hacerlo. Uno de ellos es el liderazgo de alguien “que acompañe y estimule a los alumnos para ayudarlos en el camino de su educación”, que pueden ser los mismo docentes, si asumen un rol paternal. El otro se concretaría en la voluntad del alumno que descubre en la escuela “su salvavidas futuro”.
En una dimensión aleccionadora están quienes, venciendo serias dificultades, a veces en la edad adulta, o en pugna con obstáculos del medio en que viven o con limitaciones psicofísicas, logran el título al que aspiraban. En ese nivel de méritos se encuentran tres ejemplos destacables. En primer término, el caso de Pedro Abaca, que -con la influencia positiva de la docente Mercedes Cuevas- pudo aprender a leer y escribir a los 57 años y, luego, completó el nivel primario y fue abanderado en el Hogar María Justa (foto), dependiente de la Municipalidad de Córdoba, donde cursan personas mayores, una de ellas de 84 años.
En segundo lugar, el ejemplo lo dio Silvana Ledesma, que vivía en la zona rural cercana al cerro Champaqui. Su concurrencia a la escuela media demandó verdaderos esfuerzos para transitar por los caminos rocosos de las Sierras Grandes. El aislamiento en que vivía su familia ponía obstáculos que parecían insuperables para continuar estudios en ese nivel. Silvana ahora aspira a estudiar enfermería.
El tercer caso aleccionador corresponde a Carolina Mattina, que concluyó el bachillerato de adultos en el Instituto ESBA, de Flores. Esta joven, que padece síndrome de Down, luchó sin desmayo para alcanzar su meta deseada. En el curso realizado en el citado instituto, ganó amigos y creció en aspiraciones concretas para su vida futura.
El estudio es el puente que permite alcanzar una ribera superior en la vida, no como un regalo, sino como un reconocimiento a los méritos demostrados.