Publicada el 26 de julio del 2020
Argentina está dando los primeros pasos hacia la reapertura de las escuelas. Estamos dejando atrás la etapa de educar y aprender en aislamiento para avanzar hacia una educación con distancia social. En el contexto actual de circulación del virus, el regreso a las aulas representa múltiples desafíos para los sistemas educativos.
Algunos de ellos son evidentes, se pueden dimensionar y el menú de opciones de política educativa para afrontarlos está sobre la mesa. De otros desafíos, por el contrario, no se conoce ni su forma ni su magnitud. Gobernar la educación en tiempos de pandemia significa, como nunca, gestionar la incertidumbre.
Concretar las medidas de distanciamiento social al interior de las escuelas tiene fuertes implicancias para la organización escolar. Según un informe del BID, garantizar el metro y medio de distancia, supone que en un aula en la que había 30 estudiantes, hoy solo puedan estar 10.
En ese contexto, sería necesario triplicar el espacio disponible para albergar a todos los estudiantes en simultáneo. Por cuestiones presupuestarias y logísticas, esto hoy es inviable. La alternativa, por lo tanto, es hacer foco en los edificios escolares existentes y transformarlos en espacios seguros. Una primera condición para ello es que las escuelas cuenten con agua, jabón y otros elementos indispensables para asegurar la higiene.
Restringir la circulación dentro de las escuelas conduce a los gobiernos a priorizar qué estudiantes regresarían a las aulas. Lo cierto es que, con la presencialidad, el Estado recupera una herramienta clave para mitigar las desigualdades que la pandemia profundizó.
Las posibilidades de seguir aprendiendo en tiempos de aislamiento estuvieron condicionadas por los recursos de las familias en sus hogares: espacio para estudiar, conectividad, acceso a dispositivos, acompañamiento adulto para la realización de tareas escolares.
En estos últimos cuatro meses, las desigualdades educativas se reforzaron a la luz de las diferencias entre hogares. La priorización del regreso a las aulas debe contemplar esta situación. El retorno a las aulas en clave de justicia educativa debe priorizar a quienes han estado desprotegidos y desconectados durante este tiempo.
La experiencia de los países que han reabierto las escuelas muestra que otra de las características de la etapa de educación con distancia social es la alternancia entre la asistencia a las escuelas y la educación en los hogares. De esta manera, se generan modelos híbridos de enseñanza y aprendizaje que combinan la interacción presencial entre estudiantes y docentes, la interacción sincrónica y asincrónica en los hogares mediada por dispositivos digitales, y el trabajo en los hogares sin acompañamiento docente. Este contexto requiere, por un lado, decidir qué contenidos curriculares priorizar y, dentro de ellos, cuáles se adaptan mejor a la virtualidad y cuáles requieren indefectiblemente de la presencialidad.
Hasta aquí, se trata de desafíos que, en gran medida, pueden dimensionarse y en torno a los cuales los gobiernos toman decisiones que abren distintos escenarios. Por ejemplo, que las escuelas estén bien equipadas depende de la inversión que los gobiernos hagan para facilitar elementos de higiene. La decisión sobre qué grupos serán priorizados en la reapertura de las escuelas crea un régimen de asistencia previsible. Las oportunidades pedagógicas de los modelos híbridos descansan, en cierta medida, en los esfuerzos que las autoridades realicen para fortalecer la entrega de dispositivos digitales y la conexión a internet.
Ahora bien, existen otros desafíos cuya magnitud no se conoce. Antes de la pandemia, el sistema educativo argentino enfrentaba dificultades para garantizar trayectorias escolares completas y aprendizajes de calidad, especialmente en los estudiantes de sectores socialmente vulnerables. En tiempos de aislamiento el lazo que unía a estos jóvenes con la escuela se debilitó. Cuando las escuelas abran sus puertas, no todos regresarán. No se sabe quiénes, ni cuántos. El efecto de plazo de la interrupción de las clases presenciales sobre el abandono y los aprendizajes será profundo, pero todavía incalculable.
Esta nueva etapa de educación con distanciamiento social trae desafíos sin precedentes para la política educativa. Habrá que combinar una planificación que atienda a la emergencia con decisiones que mitiguen las consecuencias -todavía inmensurables- de largo plazo.