Publicado en julio de 2021
Conocer las características de la población y su evolución es indispensable a la hora de formular políticas públicas. Argentina atraviesa hoy una transición demográfica marcada por niveles de esperanza de vida altos y una disminución en los nacimientos. En el último quinquenio, la fuerte caída de la fecundidad es la principal novedad en cuanto a las tendencias sociales de mediano y largo plazo. Estos datos son una gran noticia porque reflejan una menor inequidad social y que las mujeres tienen más opciones para decidir sobre su maternidad. También generan nuevos retos. En el mediano plazo, el país contará con menos personas adultas en edades activas en relación con las personas mayores ya jubiladas. ¿Cómo sentar las bases para un aumento significativo de la productividad de los/as trabajadores/as del futuro que pueda compensar la esperable caída en la proporción de la población que trabaja, con vistas a sostener el Estado de Bienestar?
Entre 2014 y 2019 la tasa de fecundidad bajó un 22%, el descenso más pronunciado desde que existen registros anuales de esta variable. Este descenso atravesó todos los estratos socioeconómicos y fue especialmente fuerte entre las mujeres más jóvenes (con una baja de casi el 40% en las menores de 20 años). Además, la reducción parece haberse concentrado entre las mujeres más vulnerables. Mientras que en 2014 un 26% del total de nacimientos (y un 33% de los de madres adolescentes) corresponden a mujeres que no habían accedido a la educación secundaria, los porcentajes disminuyen al 18% (y 23% entre las adolescentes) para 2019 (Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación, 2019).
Estos datos son una gran noticia porque reflejan una menor inequidad social y que las mujeres tienen más opciones para decidir sobre su maternidad. También genera nuevos retos. El descenso de la tasa de fecundidad puede adjudicarse, en parte, a acciones de política pública y cambios culturales, sociales y laborales en las últimas décadas. En ese sentido, algunos de los posibles dinamizadores del proceso incluyen la ampliación del acceso a la Educación Sexual Integral, programas como el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia, el alcance y la distribución de métodos anticonceptivos, avances en la integración de las mujeres en el mercado de trabajo y la cuarta ola del feminismo que, entre otras acciones, puso en el debate público discusiones relevantes sobre los roles y estereotipos de género en la sociedad.
Pero ¿cómo impactó en este escenario la pandemia? Una incógnita sin consenso claro refiere a lo sucedido desde la irrupción del COVID-19 con las tasas de fecundidad. Aunque no tenemos datos sobre lo acontecido entre 2020 y 2021, hay especialistas que prevén impactos relevantes. Mientras están quienes suponen que las restricciones de circulación pueden haber resultado en un menor acceso a la educación sexual integral y a métodos anticonceptivos, lo que implicaría un potencial aumento de embarazos no intencionales (UNFPA, 2020; Ministerio de Salud, 2021), hay colegas que argumentan que las condiciones negativas en la economía de los hogares producto de la crisis redujeron la planificación de embarazos (Melissa Kearney y Phillip Levine, 2020). La evidencia en países desarrollados parece ir en este sentido, pero lo sucedido en la Argentina en este último año y medio requiere de más información básica y análisis en profundidad, no solo para entender su impacto sino fundamentalmente para poder mejorar el diseño de políticas públicas relativas a este tema.
Más allá de las circunstancias excepcionales que nos antepone la pandemia, la transición demográfica trae ventanas de oportunidad significativas para mejorar las trayectorias de los y las jóvenes. La etapa de juventud puede definirse como el periodo en el cual una persona abandona la infancia y adquiere paulatinamente estatus y roles de persona adulta (Cecchini, Filgueira, Martínez y Rossel, 2015). Cuatro hitos pueden identificarse en este periodo: la terminalidad educativa, la inserción en el primer empleo, la tenencia (o no) del/a primer/a hijo/a y la conformación del hogar propio. Estos eventos se interrelacionan e influencian entre sí, y su orden, temporalidad y la forma en la que suceden juegan un papel significativo. La tenencia de un/a hijo/a previo a finalizar la escolaridad y/o tener un trabajo implica una exposición a mayores riesgos y vulneraciones (De Léon, 2017). Más específicamente, el embarazo en edades tempranas, sobre todo cuando no es intencional, dificulta la continuación de los estudios y la inserción laboral de calidad, lo que tiene consecuencias graves sobre la autonomía y el empoderamiento de las mujeres jóvenes (De Léon, 2017). En este sentido, la fuerte reducción de los embarazos no intencionales debería potenciar un proceso gradual de reducción de la vulnerabilidad social.
Como se dijo, la transición demográfica es reflejo de logros significativos, pero también genera nuevos retos. Gracias a la dinámica del bono demográfico, en las últimas décadas la proporción total de la población en edad de trabajar aumentó, lo que genera una oportunidad con respecto a la disponibilidad de recursos para redistribuir. Sin embargo, este efecto comenzará a revertirse en el futuro próximo y llegará a su fin en alrededor de 15 años, por lo que considerar inversiones estratégicas en este periodo resulta central. En otras palabras, en el mediano plazo el país contará con menos personas adultas en edades activas en relación con las personas mayores ya jubiladas (Gragnaloti, Rofman, Apella y Troiano, 2014). ¿Cómo sentar las bases para un aumento significativo de la productividad de las y los trabajadores del futuro que pueda compensar la esperable caída en la proporción de la población que trabaja, con vistas a sostener el Estado de Bienestar? La respuesta no es única ni evidente. Los cambios demográficos tomarán cada vez mayor protagonismo en el debate sobre el devenir de la sociedad.
En el contexto actual, donde casi 6 de cada 10 niños/as vive en la pobreza, el acceso a la educación de calidad se dificulta y la posibilidad de las y los jóvenes para acceder a un empleo con buenas condiciones es baja, pensar y planear el mediano y largo plazo parece un ejercicio de ciencia ficción. Pero si no logramos que los/as niños/as y jóvenes de hoy tengan acceso a salud, cuidados y educación de calidad, será difícil evitar una dinámica de envejecimiento y pobreza generalizados. Mejorar el acceso a estos servicios no solo es una respuesta necesaria a la agenda de derechos sociales de hoy; es imprescindible en la construcción de un futuro con desarrollo económico y mayor bienestar para toda la población.