Publicado en marzo 2023
Durante la última década, el avance de los movimientos feministas colocó a las desigualdades de género en la agenda pública y política. Las injusticias y violencias que viven a diario mujeres y diversidades conviven con un menor acceso a recursos económicos, lo que vulnera simultáneamente sus tres autonomías: la económica, la física y la toma de decisiones.
En este Día Internacional de la Mujer Trabajadora, nos centraremos particularmente en la primera de ellas y en la diversidad de mujeres trabajadoras que hay en Argentina. Las desigualdades de género en términos laborales son evidentes: las mujeres participan menos que los varones del mercado de trabajo y, cuando lo hacen, presentan mayores tasas de informalidad, perciben remuneraciones más bajas y están subrepresentadas en puestos de decisión.
Sin embargo, estas barreras no son iguales para todas. Las mujeres enfrentan dificultades diversas según su nivel educativo, edad, el lugar en el que viven o si tienen niños/as a cargo. Al mismo tiempo, las condiciones del hogar, la identidad de género, la etnia o el estatus migratorio inciden sobre sus oportunidades. Es decir, las desigualdades no sólo se registran entre los géneros: las características demográficas y socioeconómicas de las mujeres impactan de distinta manera sobre su ciclo de vida. Así, de esta realidad se desprenden desafíos diversos que exigen acciones específicas para afrontarlos.
La trayectoria educativa y laboral de las mujeres según sus ingresos: una problemática interseccional
Las brechas entre mujeres se evidencian de forma clara al observar las trayectorias educativas y laborales según su nivel de ingresos, comparando especialmente a tres grupos poblacionales: el 20% con menores ingresos (quintil 1), el 20% con ingresos medios (quintil 3) y el 20% con mayores ingresos (quintil 5).
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares correspondientes al tercer trimestre de 2022, una de cada dos mujeres de entre 16 y 59 años del quintil 1 no finalizó el secundario, proporción que desciende a apenas una de cada diez en el quintil de mayores ingresos. Esto se traduce en una brecha aún mayor en la educación superior: sólo el 4% de las mujeres del quintil 1 completó estudios universitarios, en comparación con el 51% de las que integran el quintil 5.
El contraste educativo entre mujeres según su nivel de ingresos se refleja en el acceso a oportunidades diferenciales en el mercado de trabajo. A medida que los ingresos son mayores, su participación laboral también se incrementa: el porcentaje que trabaja o busca trabajo es del 50% en el quintil 1, 62% en el quintil 3 y 84% en el quintil 5. En contraposición, la tasa de desocupación (personas que no tienen trabajo, pero lo buscan activamente) es del 18% en el grupo más pobre, 9% en el grupo medio y solo 1% en el sector de mayor riqueza.
Entre aquellas mujeres que lograron sortear los obstáculos para insertarse en el mundo laboral, las brechas se replican. En el sector de menores ingresos, tres de cada diez mujeres se desempeñan por cuenta propia, proporción que desciende a dos y a una de cada diez en los grupos de ingresos medios y altos, respectivamente. Esta tendencia se asocia a que el cuentapropismo surge por necesidad en los colectivos que enfrentan mayores desafíos para acceder a un empleo en condiciones dignas.
Las ramas de actividad en las que se insertan también reflejan contrastes: el comercio y el trabajo doméstico son los sectores de mayor ocupación para las mujeres de ingresos bajos y medios, mientras que aquellas con mayores ingresos participan en segmentos de mayor profesionalización como la administración pública y la educación. Estas brechas repercuten sobre el acceso a condiciones dignas de trabajo y el ejercicio de derechos laborales: la informalidad alcanza a ocho de cada diez trabajadoras del quintil 1. En otras palabras, la inmensa mayoría de las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad trabaja sin contrato, aportes jubilatorios, licencias, ni obra social. La proporción de mujeres en esta situación desciende a medida que se incrementan los ingresos: el trabajo no registrado afecta al 36% y 26% en los quintiles 3 y 5, respectivamente.
Además, el empleo a tiempo parcial es mucho más frecuente en mujeres de bajos (69%) que de altos ingresos (34%). En muchas ocasiones, este tipo de ocupación se desarrolla en contra de su voluntad, ya que se trata de subocupación demandante, es decir, mujeres que querrían trabajar más horas, pero no logran hacerlo.
En suma, estas brechas redundan en una diferencia notoria en los ingresos promedio que obtienen por su trabajo las mujeres en cada quintil: en el tercer trimestre de 2022, una mujer del 20% más rico de la población femenina ganaba más de diez veces más que una mujer que se encontraba dentro del 20% más pobre.
El cuidado: un factor crucial detrás de las brechas en el mercado laboral
Las desigualdades en la participación laboral están atravesadas por el cuidado, un servicio esencial para el sostenimiento de la vida que proveen, en mayor medida, las mujeres. De acuerdo a los datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo para el 2021, mientras que ellas dedican, en promedio, 6 horas diarias a las tareas asociadas al cuidado, los varones dedican sólo 3 horas y media . Al comparar a las mujeres según su nivel de ingresos, vemos que esta brecha es aún mayor: según la Encuesta de Uso del Tiempo de la Ciudad de Buenos Aires, en 2016, las mujeres del quintil 1 dedicaban el doble de tiempo a tareas vinculadas a trabajo no remunerado con respecto a las mujeres del quintil 5.
¿Y por qué ocurre esto? Estas diferencias se asocian con las estrategias que emplean los hogares para afrontar sus necesidades de cuidado. Mientras que las familias más ricas cuentan con mayores recursos para tercerizar las tareas domésticas y de cuidados en el mercado (por ejemplo, a través de la contratación de trabajadoras domésticas remuneradas), las familias en situación de mayor vulnerabilidad recurren, con frecuencia, al tiempo no remunerado de las mujeres que componen el hogar, especialmente en hogares con niños, niñas y adolescentes. Así, las mujeres del quintil 1 reducen su participación o se retiran completamente del mercado de trabajo, lo que impacta sobre las condiciones de su inserción laboral, el acceso a oportunidades de desarrollo y el sostenimiento de sus trayectorias laborales y educativas.
Políticas de cuidado: acciones desde la equidad para alcanzar la igualdad
Promover políticas públicas de cuidado es fundamental para reducir las brechas de género en el mercado de trabajo, abordando la multiplicidad de realidades que atraviesan las mujeres en su diversidad, especialmente en los sectores más vulnerables. Además, el cuidado es un servicio esencial para la sociedad, al impulsar el desarrollo del pleno potencial de cada persona que la compone.
Consolidar un Sistema Integral y Federal de Cuidados es una propuesta prioritaria para CIPPEC en el marco del proyecto Democracia 40, que busca producir recomendaciones de política pública que contribuyan a una estrategia de desarrollo sostenible. Poner en marcha políticas de cuidado es un eje crucial para impulsar la autonomía económica de las mujeres y promover el pleno desarrollo de las capacidades de las nuevas generaciones.
Para avanzar en la implementación de un Sistema Integral y Federal de Cuidados, desde CIPPEC proponemos contemplar tres pilares. El primero tiene que ver con asegurar que las familias cuenten con los recursos monetarios necesarios para cuidar, avanzando hacia un esquema de transferencias a la niñez y adolescencia que sea universal y progresivo. El segundo consiste en mejorar y expandir la oferta de servicios para cuidar, a través de la ampliación de los espacios de crianza, enseñanza y cuidado (CEC). Por último, un tercer pilar debe estar vinculado a asegurar a las familias el tiempo necesario para cuidar, mediante regímenes de licencias que sean universales, promuevan la corresponsabilidad y puedan adaptarse a las necesidades de cada uno de los hogares. Además, con el fin de visibilizar y estimar el valor social y económico de los cuidados, impulsamos la Canasta Básica de Cuidados, una herramienta fundamental para dimensionar los recursos que las familias requieren para brindar cuidados de calidad.