La evolución del mercado de trabajo se encuentra desde hace tiempo en el centro de los debates de la coyuntura económica argentina. Es que el empleo asalariado privado, tras un largo período de crecimiento luego de la salida de la crisis de la convertibilidad (2002-11), se encuentra esencialmente estancado desde fines de 2011. La grieta metió la cola en este tema también: la caída del empleo durante 2016 se discutió con más pasión que rigor. Los datos no dan sustento a las miradas extremas. La pérdida de puestos de trabajo que comenzó en septiembre de 2015 fue más bien moderada (-1,6 por ciento) y la recuperación iniciada en el segundo semestre de 2016 ha sido más bien débil.
Un aspecto que ha adquirido menos visibilidad en la discusión pública es la trayectoria del empleo industrial. En sintonía con el resto de la economía, el empleo formal en el sector manufacturero dejó de crecer a fines de 2011. Mantuvo luego una trayectoria de estancamiento oscilante por varios años y empezó a contraerse de manera sistemática desde fines de 2015. El empleo industrial registrado es hoy un 5 por ciento menor -equivalente a unos 70 mil puestos de trabajo- que el máximo alcanzado a fines de 2013; el grueso de la retracción ocurrió durante 2016. En lo que va de 2017, se observa cierta desaceleración en el ritmo de caída, pero no hay signos claros aún de reversión.
La dinámica reciente del empleo (y de la actividad) industrial es preocupante. Lo es también la resignación con la que algunos colegas evalúan estas tendencias. Viene ganando terreno la noción de que poco podemos esperar del sector manufacturero en materia de empleo. Este “pesimismo industrial” tiene sus fundamentos.
La evidencia muestra que la cantidad de puestos de trabajo en la mayoría de las naciones avanzadas viene contrayéndose de modo sistemático desde mediados de los años ochenta y principios de los noventa. Aunque existe margen para el debate en torno a la interpretación de la evidencia y a pesar de algunos casos de retorno a las economías desarrolladas del empleo migrado (re-onshoring), existe consenso en que el empleo industrial en el mundo desarrollado se redujo y seguirá haciéndolo. El auge de la robotización -el reemplazo de empleo en actividades rutinarias y de bajo componente interpersonal por robots- acentúa esta percepción.
¿Es válido extender este pesimismo sobre el empleo industrial a países como el nuestro? La evidencia nos dice que el empleo manufacturero en las economías en desarrollo crece -más allá de alguna oscilación cíclica- de manera sostenida. No es sorprendente. La merma del empleo industrial en países avanzados ha sido producto de la relocalización productiva, que trasladó puestos de trabajo a países de menores ingresos. Sería un error, sin embargo, pensar que lo ocurrido es un juego de suma cero entre naciones ricas y pobres. El empleo manufacturero a nivel global viene creciendo a razón de unos 4 millones de puestos de trabajo por año.
El desarrollo económico consiste en migrar empleo desde sectores de baja productividad a otros de mayor. Argentina tiene alrededor de 8 millones de personas con problemas de empleo -desocupadas/os, informales o en puestos precarios-; el equivalente al 40 por ciento de la población económicamente activa. El desafío del desarrollo económico en nuestro país consiste en movilizar a ese conjunto de personas y las que se irán sumando al mercado de trabajo -la mayoría de ellas con baja o media calificación- a actividades de mayor productividad que demanden sus habilidades. Cuesta pensar que la industria sea incapaz de proveer una porción de esos puestos de trabajo, como sucede a nivel global. Para que ocurra debemos pensar en el diseño e implementación de políticas públicas que reviertan las tendencias recientes y estimulen el desarrollo sostenido y no rentístico de la industria.