Publicado el 20 de marzo
Los shocks de magnitud suelen desnudar el peso de la desigualdad de oportunidades: en los positivos, para aprovecharlos; en los negativos, para contenerlos y mitigar sus efectos. Es el caso del COVID-19 y el teletrabajo. Como ya se observa en forma incipiente, pero puede hacerse evidente en las próximas semanas si -como creen los especialistas- el virus escala, la transformación digital no borra las geografías; en vez de eso, crea otras, con sus propios obstáculos, límites y diferenciaciones, los cuales la política pública puede moldear si se lo propone.
En el caso particular del COV-19 y el teletrabajo, un factor de contexto clave es la infraestructura digital, esto es, los activos físicos requeridos para utilizar tecnologías 3.0 o 4.0 en el hogar (de información y comunicación, de computación, de almacén de datos, etc). Si la distribución de estos activos es desigual, también lo será la posibilidad de trabajar desde el hogar.
La evidencia disponible apunta a que ese es el caso: la transformación digital se limita aún a un segmento de la población. Tres datos de la International Telecommunication Union (ITU) referidos a 2019 nos permite llegar a esa conclusión. Repasemos:
Dato 1: la mitad de la población mundial está offline. Y la distribución no es aleatoria: se asocia a niveles de desarrollo. 8/9 de cada 10 personas usan internet en el mundo avanzado, 2 de cada 10 en los países menos desarrollados.
Dato 2: la proporción de hogares con acceso a internet cambia dramáticamente si en vez de estar en Paris nos tocó estar 4000km más al Sur: de 8/9 de cada 10 a 1 de cada 10.
Dato 3: Se podrá argumentar que los datos no son representativos porque es el tel móvil el dispositivo clave, y su uso es generalizado. Pero aún así las brechas son gigantescas si corregimos por uso de banda ancha: 8 de cada 10 en países avanzados, 3 de cada 10 en países pobres.
La evidencia que comentamos antes se refiere a promedios de países. Si hacemos foco en las brechas internas en términos de ingresos, clases sociales o género, la situación es incluso más compleja fuera de los países de altos ingresos. A esta distribución desigual de activos de infraestructura digital hay que agregar el rol clave de factores complementarios que también se distribuyen asimétricamente, como las habilidades digitales de las personas.
Conclusión: incentivar el teletrabajo en este contexto es una buena política, pero en los países del Sur Global se requiere un enfoque más sistémico que al mismo tiempo reduzca la desigualdad de acceso a la infraestructura digital que enfatizamos en esta nota. Es un punto trivial, pero lo trivial no siempre está presente en las estrategias de política económica.