La relación entre lo individual y lo colectivo no es fácil. Es un equilibrio constante entre lo que cada uno quiere hacer y lo que colectivamente es más beneficioso. Esa tensión nos atraviesa en muchas situaciones cotidianas y suele ser la raíz de diversas paradojas.
Nos enorgullecemos de la diversidad de nuestro federalismo, pero al mismo tiempo no nos ponemos de acuerdo en un sistema tributario responsable y sostenible: la provincia que menos transferencias recibe de la Nación sólo obtiene el 12% de la que más recibe. Destinamos casi la mitad del producto bruto interno (PBI) al sector público, pero no invertimos en evaluar sus resultados. Un análisis del Cippec realizado en 2015 sobre 33 programas sociales nacionales muestra que sólo el 37% destina fondos a su evaluación.
La primera es que esos problemas estructurales se encuentran invisibilizados. Generalmente adquieren la forma de falsas antinomias: escuela pública versus privada; sindicatos versus empresas; industria versus campo. Ponerles rostro a esos problemas es el primer paso para solucionarlos. Hacerlos visibles significa que muchas veces los tenemos que despojar de mitos. Por ejemplo, aquellos que denominamos “ni-ni” (que no estudian ni trabajan) no son chicos sin rumbo, que pierden el tiempo en una esquina. En realidad son jóvenes que tuvieron su primer hijo sin buscarlo y no tienen con quién dejarlo para asistir a la escuela o ir a trabajar. Así lo evidencia un estudio del Cippec realizado en la provincia de Buenos Aires, que muestra que el 74% de los 560.000 jóvenes que no estudian ni trabajan son mujeres y un 41% de ellas tiene hijos.
La segunda característica de estos problemas es que no se solucionan simplemente con un programa o una ley. Tampoco alcanza con sentarnos a una misma mesa a conversar. Todas ellas son herramientas necesarias, pero no suficientes. Administrar la tensión entre lo individual y lo colectivo exige disentir, conciliar, pero, fundamentalmente, ceder. Ninguna de estas acciones es inocua. Son las que llevan a que un país prospere o se estanque. Para solucionarlos, todos, pero especialmente los protagonistas de los diferentes sectores, debemos estar dispuestos a ceder. Y la negociación no puede ser a expensas de los que menos tienen, de aquellos que en 35 años de democracia aún no vislumbran el horizonte.
Un aumento de la actividad económica es una excelente noticia. Pero no logra por sí solo transformar automáticamente la escuela secundaria para que forme a los trabajadores del futuro o prepararnos para mitigar los impactos del cambio climático. Desacelerar la inflación también es una excelente noticia y es imprescindible, pero tampoco alcanza por sí sola para crear los 250.000 empleos privados que sabemos que necesitamos por año. El aumento del financiamiento educativo es clave, pero sabemos que no alcanza para mejorar automáticamente los saberes de los alumnos. Para eso, tenemos que administrar mejor la tensión entre lo individual y lo colectivo. Necesitamos preguntarnos qué estamos dispuestos a perder para que todos ganemos.
Administrar la tensión entre lo individual y lo colectivo exige ceder.
Necesitamos preguntarnos qué estamos dispuestos a perder para que todos ganemos.