Publicado en julio de 2021
Como un placer o como una carga, el trabajo ha sido desde siempre un dispositivo central de coordinación entre las personas, asignando roles e identidades diferenciados a los miembros de una comunidad y de esta manera creando un todo orgánico sobre la base de partes diversas dotadas de cierta autonomía. Desde que trabajamos, a su vez, existen máquinas o artefactos: ordenamientos no naturales de elementos del entorno que nos ayudan a cumplir nuestros roles. Nuestra relación con esos ordenamientos artificiales (creados por las personas) no ha sido sencilla, y por ello suele decirse que las máquinas pueden servir tanto de herramientas para construir como de armas para destruir.
El cambio tecnológico ha generado un aumento inédito en el bienestar de las personas, pero también un amplio conjunto de desafíos y problemas: la aparición de ganadores y perdedores, tanto en la dinámica comparada de los países (con las categorías de países “desarrollados” y países “en desarrollo”, o “Norte” y “Sur”) como hacia dentro de los mismos, llevando en muchos casos a una mayor fragmentación en sus estructuras sociales y económicas. La cuestión, entonces pasa por la inclusión: cómo hacer para que la innovación -y por lo tanto los buenos trabajos- llegue a países más postergados; cómo hacer para que no genere desigualdad dentro de los países donde efectivamente existen procesos de innovación. La cuestión pasa por hacer a la innovación tecnológica inclusiva por diseño. Y el mercado de trabajo juega un rol clave al respecto.
Estos debates vuelven a escena porque nos encontramos en las puertas de otro período de cambio tecnológico acelerado. Con los sistemas de Inteligencia Artificial (IA) aparece una nueva apuesta tecnológica por el futuro. Y, al igual que ocurrió con disrupciones similares en el pasado, estas transformaciones disparan preguntas clave: ¿es posible direccionar a la innovación tecnológica para acelerar el crecimiento económico? ¿Puede la IA ser una fuente para construir un futuro con mejores empleos? ¿Qué hacer para que esta vez los beneficios se distribuyan simétricamente?
El statu quo no es una opción si Argentina quiere aprovechar la ventana de oportunidad de la cuarta revolución industrial para crear mejores empleos en el futuro. No se trata de una cuestión menor: la población en edad de trabajar, antes que achicarse como en otras partes del mundo, se ampliará en casi 6 millones de personas en las próximas 3 décadas, la mayor parte, mujeres. En Argentina el statu quo es uno de fragmentación, desigualdad y bajo dinamismo, quo opera además como factor de inmovilidad. No es que el cambio amenace el statu quo; es que el statu quo impide el cambio y romperlo es clave.
¿Cómo romper el statu quo y construir un futuro distinto? Cuatro ejes de política nos permiten pensar el cambio tecnológico y el futuro del trabajo en Argentina para pasar de una situación de fragmentación y bajo dinamismo, a una de cambio tecnológico acelerado e inclusivo.
El primer eje se refiere a la macroeconomía: es imposible construir futuro con una macroeconomía inestable en la medida que representa un entorno complejo para las firmas que quieren estimular el cambio tecnológico, dado que la transformación digital suele ser una apuesta de largo plazo. Las crisis recurrentes operan como un “quiebre” en el horizonte de planificación, con el consecuente acortamiento temporal en la toma de decisiones. No es casual que en países inestables la tasa de inversión sea baja, y que las apuestas de largo aliento sean escasas.
El segundo eje se refiere al ritmo de transformación digital. Es recomendable aprender de lo que otros países están haciendo para acelerar la transformación y desarrollar un programa nacional de Inteligencia Artificial o de Industria 4.0. Buena parte de los países del mundo ha entendido que el futuro económico se juega hoy, en los esquemas de política actuales para promover el mayor uso de tecnologías que explotan los patrones emergentes de los datos. Allí hay mucho que aprender y adaptar para el caso argentino.
El tercer eje de políticas se refiere a la formación de capital humano. Así, la primera recomendación de política pública es expandir la cobertura de la formación en primera infancia, donde se forja buena parte de las denominadas habilidades blandas. Menos del 10% de los niños y niñas menores de 5 años de Argentina concurre a una institución educativa. La segunda recomendación se refiere a la educación formal posterior a la primera infancia. Allí urge mejorar la calidad de la educación básica para poder incorporar habilidades y conocimientos generales más avanzados, muchos de ellos de naturaleza digital. Por último está el tema del aprendizaje a lo largo de la vida. Las empresas dinámicas y de cierto tamaño se permiten diseñar mecanismos in-house para readaptar habilidades, pero ello no es usual fuera de este grupo selecto. Por eso hay que fomentar a la educación técnica y profesional; sumándole el hecho de que estas instancias tienen que ser rediseñadas para hacerlas más inclusivas.
El último eje se refiere al entorno regulatorio requerido para los trabajos del futuro. De la narrativa global se desprende que, frente a la ruptura del modelo de la gran factoría productiva se hace necesario moverse a esquemas más flexibles, y que pongan el foco en la persona y no en el puesto de trabajo. Esto implica buscar mecanismos alternativos para administrar los riesgos laborales más acuciantes, y quizás en un futuro no tan lejano, separar la administración de los riesgos de los hogares (en particular las grandes pérdidas) de la relación laboral.